Primer
día de clases de por sí puede llegar a ser de alegría para unos, ya que
conocerán a nuevas personas, se reunirán con sus amigos de años anteriores,
porque es un nuevo reto de otro año para acercarse a su meta de cerrar su
carrera, ya sea de nivel medio o universitario; y también de tedio para muchos otros que
empiezan a padecer con las despertadas temprano, el buscar el transporte para
que los trasladen al centro educativo (para los que no cuentan con vehículo
propio y que normalmente es la mayoría de estudiantes), la realización de
tareas, etcétera. “No hay dos glorias
juntas” decían por ahí.
Y,
así pues, una muchacha que estudiaba la carrera de medicina, prácticamente a
media carrera, era del listado de las personas que se tomaba con alegría el
inicio de un nuevo ciclo académico. La “majito” le decían, parecía una niña
adolescente a pesar de contar con apenas veintiún años; una jovencita menudita,
de estatura promedio, pelo liso y largo de color castaño, con ojos picaros de
un color miel y lo más envidiable que siempre estaban con una sonrisa y una
actitud positiva ante la vida ya sea en la bonanza y las adversidades, y por
supuesto un carácter sólido, recio y decidido. Esta su manera de ser la hacía
atractiva hacia el sexo opuesto, que si bien es cierto no era precisamente una
mujer de portada de las revistas que promocionaban trajes de baño; era
agraciada y los hombres hacían hasta lo imposible para poder ganársela y buscar
una relación con ella, pero por su mismo carácter los mandaba a volar ni bien
habían empezado con el protocolo de conquista. Majito al platicar con sus
amigas argumentaba “estos calenturientos,
mejor que estudien y luego que me gane el que realmente demuestre que se quiere
superar igual que yo. Yo no pienso tener novio hasta no terminar esta carrera
que merece atención y concentración.”
Como
cada año, desde que finalizó la educación media como maestra de primaria, la
Majito se dedicaba a estudiar su carrera universitaria por las mañanas y por
las tardes tenía un trabajo temporal de dar clases o tutorías a los niños para
poder obtener ingresos y así poder aportar económicamente un ingreso extra en
su hogar y poder pagar algo de su carrera la cual requería mucha inversión en
textos y materiales.
Pero
ese año todo cambió y de la forma en que Majito menos se esperaba y que no
tenía contemplada. Le tocaba recibir un curso nuevo dentro del pensum,
relacionado a aspectos legales y otros temas relacionados. Ella ya contaba con
el programa del curso y el primer día de clases de mala fortuna por un
accidente sobre la carretera que ella debía tomar diariamente para ir a la
universidad, se había retrasado y no llegó en tiempo. “El viejo ese de plano pasó lista y apareceré ausente el primer día de
clases, lo voy a ir a buscar durante el receso”.
Majito
llegó a la Universidad, segura de que repondría esa inasistencia, tomó el resto
de cursos del día y durante el receso se dirigió hacia el salón de catedráticos
decidida a negociar la inasistencia al curso. Al asomarse al salón, justo lo
que ella sospechaba, un puñado de catedráticos que sobrepasaban los cuarenta y
cinco años de edad (en apariencia), y ella se preguntaba “¿ahora cuál de estos
viejos será?” Y por primera vez sintió vergüenza al tener que imaginarse que
tenía que ir a preguntar de quien era el catedrático de un curso al cual ella
no asistió el primer día. En ese instante en que se había aclarado la voz para
dirigirse a investigar quién era el tal “viejo” que le daba ese curso, escuchó
una voz ronca y seria detrás de ella y una palmada en el hombro que le dijo: “Señorita, tengo el ligero presentimiento
que está usted buscándome”. Majito volteó decidida y al descubrir al
personaje que le hablaba, quiso que se abriera la tierra para ella desaparecer
en ese momento, se quedó con la lengua amarrada, trataba de articular la voz y
no sabía ni que decir, en fin, los nervios se la ganaron.
“Tranquila y disculpe que la haya asustado; pero sus
compañeras de clase me dijeron que venía a buscarme al salón y por eso vine
hacia acá y bien, dígame ¿cómo puedo ayudarle?”
Majito
seguía sin articular palabra y sus ojos color miel abiertos en su totalidad; esto
sucedía mientras una risa sarcástica, adornada con una dentadura perfecta y
brillante y una mirada penetrante de unos ojos grises verdosos que la
traspasaban directamente de parte de un catedrático que medía cerca del 1.90mts
de estatura, complexión atlética, dando la impresión a primera vista que hacía
esas cosas de Pilates y ejercicios fitness para mantener un cuerpo esbelto;
esto aunado su tez bronceado natural y su barba a medio afeitar, con una
vestimenta que contrastaba con la del resto de catedráticos que usaban traje
completo; un jeans de apariencia desgastado, una playera de color celeste con cuello
en V, y un saco tipo blazer. Daba la impresión de que acababa de darse un
duchazo, el pelo color café tirado hacia atrás y una loción con aroma a madera.
En fin, la Majito estaba rendida ante su nuevo catedrático. “A este mejor le saco una cita en lugar al
perdón por mi ausencia” decía Majo en sus adentros.
Pero
se logró controlar al ver a semejante profesional que era como ver a una
mariposa monarca en medio de un nido de ronrones.
“Perdón doc.”.. y
tragó saliva la pobre Majito y trató de continuar: “Es que… Es que… ayer… mire pues… ayer… un accidente… y bueno…
atrancazón… y… el tráfico…. Y….” El
catedrático en seco le paró, con educación, pero le pidió detener su
incomprensible argumento… “Tranquila,
entiendo; no se preocupe, a otros tres estudiantes más les pasó lo mismo; no
tomaré en cuenta esa inasistencia; mejor vaya a tomarse un cafecito y luego me
busca” y luego del comentario el catedrático le guiñó el ojo
picarescamente; dio la vuelta y se despidió con un movimiento de la mano
derecha.
La Majito
quedó todavía tratando de ordenar ideas y articular palabra alguna. Ni quiso
volver a mirar para buscar la figura del catedrático dentro del mundo de
estudiantes que transitaban por los pasillos; decidió retirarse, tranquilizarse
y prepararse mentalmente para poder manejar su comportamiento y sus nervios en
las siguientes clases en donde era un hecho que iba a verse cara a cara con el
catedrático.
Durante
esa semana, Majito asistió a su clase dos veces y fue suficiente para que ambos
quedaran más que flechados. Majito continuaba con su nerviosismo evidente cada
vez que platicaba con él, aunque sus ojos color miel la delataban por las
miradas que se cruzaba con el catedrático; miradas de complicidad en donde el
catedrático era más discreto y mantenía la seriedad del caso ante la mirada de
enamorada de Majito.
Al
salir de la última clase de la semana, el catedrático, que ya se había
presentado en clases como el doctor Kamp (de origen europeo); se encontraba
sentado detrás de una de las columnas del complejo universitario, justo en el
sector de la salida en donde todos los estudiantes recorrían al momento de
finalizar las clases. Dentro de un grupo de estudiantes iba Majito y el doctor
Kamp la divisó y fue en búsqueda de ella. “Hola
Majito, disculpe que le moleste, pero tengo una duda con la investigación que
entregó hace un par de días.”
Majito
extrañada, asombrada y al mismo tiempo encantada de la vida, decidió ser
cómplice de esa solicitud, ya que ella bien sabía que ese era un pretexto claro
que buscaba el doctor Kamp para entablar conversación con ella.
“Buena tarde doctor Kamp, gusto en saludarle; dígame
¿cómo puedo ayudarle?” le respondió Majito tratando
de mantener la seriedad y cordura. “Para
usted solamente Richard por favor Majito” le indicó el colegiado. Majito
parecía caer derretida a sus pies, pero logró contenerse.
Luego
de ese intercambio de saludo en donde dejaron abierta la confianza, empezaron a
platicar sobre la universidad, temas personales de cada quien como deportes,
aficiones, pasatiempos, viajes y cerraron la conversación en lugares favoritos
para ir a comer o bien la comida preferida de cada uno. Y en ese último tema
fue donde Richard le propuso a Majito ir a comer a un restaurante cerca, en
dónde vendían postres y un buen café. Ahí se les fue la tarde, ambos
enamorándose, se tomaron de las manos y se besaron. Prometieron no decir nada y
así cerraron la cita de ese día.
Luego,
durante las siguientes dos semanas salían a diario y disfrutaban tal cual
pareja de novios; iban al cine, cenaban, jugaban boliche, entre muchas más. Ese
viernes de la última semana, habían quedado de ausentarse los dos de la
Universidad, igual ese día ellos no coincidían en la misma clase a lo cual
nadie podría sospechar.
Acordaron
reunirse en la universidad y salir en un solo carro hacia la playa y luego al
final del día regresar al mismo punto para que luego cada quien pudiera
retirarse para su casa. Y así fue, Majito fue la primera en llegar y casi ni
tuvo que esperar y apareció Richard, algo agitado y con cara de preocupación
por no haber sido tan puntual para la hora del encuentro. Richard le pidió a
Majito que se fueran en el carro de ella, ya que el de Richard tuvo problemas
por la mañana con su vehículo y su hermano lo había ido a dejar a la
universidad.
Se
subieron al carro de Majito y se fueron a su escapadita, todo el trayecto hacia
el puerto de San José fue de lo mejor, había buen clima, pasaban en cada tienda
de conveniencia de las gasolineras para tomarse una cerveza, se disfrutaban; se
besaban, se abrazaban, reían; tenían un aura espectacular de pareja ideal; iban
como que si estuvieran de viaje a su luna de miel.
Ya
cuando iban llegando a la playa, Richard le empezó a decirle a Majito el camino
a tomar; ella pensaba que sería ir a pasarla bien a la playa pública, un
restaurante, bañarse, cervezas y estar tomados de la mano a la orilla del mar;
pero resulta que el camino los llevaba a una casa que Richard había alquilado a
orillas del mar. Majito ingresó al área de parqueo y ella ya mostrando un poco
de nervio, Richard solo se rio, la tomó de la mano, le dio un beso en los
labios y la invitó a pasar. Había creado un ambiente romántico de un gran
enamorado. Majito sabía que iban a ir a la playa, pero no que estarían en una
casa, solos los dos, ella ya no sabía qué hacer; su corazón y cuerpo le decían
que se quedara, su mente todavía racionaba, pero que al mismo tiempo no le
convencía.
Richard
le invitó a conocer el recinto y le señaló un dormitorio para se pusiera el
traje de baño y así, ir a caminar a la playa; el hizo lo mismo, se fue a otro
dormitorio y se colocó el traje de baño.
Eran
cerca de las ocho de la mañana y disponían para estar ahí hasta las cuatro de
la tarde, para que, al regresar a las seis de la tarde, pudieran llegar a la
universidad justo a la hora de salida y así nadie sospechar nada. Justo lo
esperado por Majito y para tranquilidad de ella; disfrutaron de la playa,
caminaron, se tomaron unas cuantas cervezas y comieron en un restaurante; luego
decidieron regresar a la casa para alistar sus cosas y así regresar.
Majito
decidió darse un duchazo antes de salir de regreso a la ciudad, lo bueno es que
cada habitación tenía su propia ducha, así que ella ya estaba tranquila, pero
luego de la caminada, quemada y platicada; ahora a ella le preocupaba que se
acabara el día y que hasta ahí quedara el día feliz que tuvo con Richard.
Al
salir de la ducha, ella con su bata puesta; se encontró a Richard, con una
mirada única; perdido en los ojos de Majito y una sonrisa de afecto que no le
había visto en los pocos días de estar juntos.
Richard
se acercó a ella y le dijo: “eres lo más
bello que mis ojos hayan visto y esto será para siempre”. La abrazó, la
besó y de su mano apareció una cadenita o gargantilla de la cual pendía un
pequeño delfín de oro el cual colocó a Majito alrededor de su cuello.
Luego
la volvió a besar y Majito ya no dijo nada, solamente se dejó llevar hasta
tocar el cielo.
Ya
cercano el atardecer iniciaron el retorno a la capital, ambos quisieron
regresar abrazados todo el viaje; pero uno de ellos tenía que manejar y al ser
el carro de Majito, ella manejó de la playa a la ciudad capital. Seguían
hablando de planes, se tomaban de la mano, en cuanto podían se besaban. Eran
felices. Ella no dejaba de mirarse al retrovisor del vehículo para ver cómo
lucía el delfín dorado encima de su piel bronceada.
Estando
en la capital, al acercarse a la universidad; Richard le dice a Majito que,
para evitar sospechas, porque era la hora de salida; entonces que lo dejara
unas dos calles antes del parqueo, igual a él lo iría a traer su hermano y que
mejor que nadie los viera juntos para evitar los comentarios respecto a su
relación.
Majito
lo dejó, y de igual forma decidió entrar a la universidad ya que necesitaba unos
documentos precisamente para elaborar un trabajo para la clase que impartía
Richard. “Ahora menos que le quede mal a
mi amado” dijo entre si Majito.
Ya
todos iban saliendo, así que de lejos medio saludó a sus compañeros de clase y
ella iba a toda velocidad al aula y pensando “ojalá lo pueda ver dentro de la
U”.
Al
entrar a la clase vió a un joven, parecido a Richard…” puta, su hermano y yo vine antes que él” -dijo Majito para sí
misma. Trató de actuar con naturalidad, pero el hermano no estaba solo, estaba
con el decano de la facultad y con otra señora, elegante, vistiendo un elegante
vestido negro, con joyas desde las manos, hasta las orejas, cuello y por todos
lados; daba la impresión de que Richard era de muy buena familia.
Eran
justo las seis de la tarde, y las tres personas se le quedaron mirando a
Majito; el hermano se acercó y le dijo: “Tengo
entendido que has estado saliendo con mi hermano”… Majito quiso morirse,
deseaba que llegara Richard, al hacerse para atrás y tratar de salir corriendo,
el hermano y el decano trataron de tomarla de los hombros; ella forcejeó y les
dijo que no iba a salir corriendo. Dentro de ese forcejeo, ella se tomó el
cuello y ya no se sintió la cadena que Richard le había dado con el pendiente
del delfín de oro. “Me lo reventaron
estos cerotes”- pensó Majito.
Ella
iba a recriminarles su acto desagradable de tratar de retenerla a la fuerza y
escuchó la voz de la madre: “Majito, tranquila;
me disculpo por el actuar de mi hijo y el decano; pero Richard nos pidió que te
entregáramos esta carta y esta cajita; ya que luego de un accidente que tuvo
hace dos días; en donde tuvo hemorragia interna; falleció hoy por la mañana”
Majito
cayó sentada en un pupitre del aula, sintió un escalofrío terrible; no entendía
lo sucedido en todo ese día viernes en donde ambos disfrutaron y se entregaron.
Ella abrió la carta y decía: “Para que me
tengas siempre en tu corazón” y abrió la cajita y encontró la cadena y el
pendiente del delfín de oro.