En aquellos
tiempos en los inicios de los ochenta; en los campos de fútbol improvisados en
la 15 calle y 14 avenida en el barrio Gerona; jugaban “paritos” cuatro amigos;
Guillermo, José, Juani y Joaquin, todos contaban con sus ocho añitos; no vivían
cerca y sin ponerse de acuerdo, todos los días se encontraban en este punto a
las cuatro de la tarde para improvisar con un par de postes, las porterías que
les servirían para iniciar el juego de futbol.
Joaquin era
el apetecido por cualquiera de ellos para que fuera su pareja, ya que a pesar
de su edad jugaba como los grandes; tenía dominio de balón y una pegada
magistral, balón que pateaba lo colocaba en el ángulo. A pesar de sus
habilidades que sobrepasaban a la de los otros tres amigos, nunca perdió la
humildad y siempre le agradecía a Guillermo, José y Juani el que siempre se
presentaran puntuales a la cita diaria y ponerse a jugar y siempre finalizar a
las seis de la tarde; hora en la que cada quien se dirigía a su hogar.
Cuando el
barrio se fue poniendo peligroso, muchas familias decidieron cambiar de lugar
de vivienda, siendo justamente las de Guillermo, José y Juani; de Joaquin no se
enteraron ya que al parecer él era el que vivía en las afueras del barrio y ya
ni tiempo tuvieron de llegar a la cita del jugo y ni mucho menos despedirse de
él.
Pasó el
tiempo y por cosas del destino estos tres amigos coincidieron en la institución
educativa en donde cursarían los últimos dos años para el cierre de su carrera
de nivel medio. Ya contaban con quince años de edad, se habían afianzado como
grandes atletas y perfeccionaron su nivel de fútbol. En uno de esos ataques
irreverentes de adolescentes decidieron recordar viejos tiempos y regresar a su
querido barrio Gerona a buscar el terreno en donde hacían el campo improvisado.
Luego de
siete años de haberse mudado y no haber regresado a Gerona, luego de salir del
instituto a eso de las dos de la tarde, tomaron una camioneta que los dejaría
en la esquina de la entrada del barrio, a escasas dos calles de donde se
reunían para jugar fútbol.
La decepción
fue tal al llegar, que cuando encontraron el terreno en donde jugaban de niños,
ya no era “aquel” terreno; ahora era un predio de carros abandonados que confiscaba
la policía nacional. Pero aun así decidieron arriesgarse y a media calle se
dispusieron a jugar ellos tres, ya que de Joaquín ya no supieron desde que se
fueron.
Transcurrió
la tarde y los tres hacían tiros hacia una malla toda oxidada que servía de
portería, cuando en un instante, Juani pateó desviado y la pelota se dirigía
hacia un terreno privado cuando apareció un niñito de ese terreno de
aproximadamente ocho años, tomó el balón y lo pateó con fuerza hacia la malla,
con un tiro soberbio de antología.
Los tres
amigos se quedaron viendo sorprendidos a aquel niño, que con una sonrisa les
dijo: “gracias amigos, han sido los únicos amigos que no se han olvidado de mí;
regresen pronto, acá siempre los esperaré”. Era Joaquín, quien les dio un adiós
con la mano y salió corriendo hacia el terreno privado desvaneciéndose en el
atardecer.
Ala madre... ¡era el pequeño Quincho!
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