La
luz de la habitación le causaba molestias a sus ojos entreabiertos que ante la
imagen de un paisaje nublado que le llegaba al cerebro, pensó por un momento
que estaba ciego. Trató de frotarse los ojos, pero no podía; sentía los brazos
entumecidos y sin poder levantarlos.
Trató
de mover la cabeza, pero sentía una fuerte presión en su cara que le impedía
voltear; solamente con los ojos pudo descubrir una sombra que se le acercaba.
No lograba identificar el olor del ambiente; le desagradaba; un aroma a suciedad, sudor,
alcohol y otras mezclas que le pusieron en alerta.
Asustado
y agitado, quería identificar en dónde se encontraba y al mismo tiempo lograr
escapar de la fuerza que le mantenía inmóvil.
De
a poco empezó a aclarar la vista y logró divisar una puerta de salida y el
techo de la bóveda en dónde se encontraba; empezó a sudar frío.
“No
puede ser!” – pensó
Y
agitaba con más fuerza la pequeña cama improvisada en donde se encontraba
postrado.
“¡Qué bueno tenerlo por acá!”- escuchó la voz
burlona que, a través de unos gruesos lentes, le dirigía una mirada de
satisfacción. No logró reconocer a la persona; ya que debajo de sus gruesos lentes
le cubría una mascarilla quirúrgica.
Él
tembló de nuevo, las risas a su alrededor incrementaban, cerró los ojos, sintió
dentro de su brazo un recorrido caliente que le ardía en su interior, todo le
dio vueltas y luego fue todo silencio y oscuridad.