Ya no había necesidad de ir específicamente
al mercado de flores, que si bien era económico comprar los arreglos florales; en
la avenida, llegaban otros comerciantes de flores para llevar opciones variadas
a los interesados en adquirir una ofrenda floral para el ser querido que yace en
la última morada terrenal, el cementerio.
En el día de los muertos, es una
mezcla de sentimientos; porque los cementerios se llenan de colorido y de
visitantes; pero también el recuerdo de los seres queridos que ya se fueron a
otro plano, perfora un vacío en los recuerdos y en el corazón.
Saúl, precipitado, aprovechó las
rebajas de los vendedores. Ya se acercaba la hora del cierre, y tenían que
vender al costo la mercancía floral para no tener pérdidas. Agarró las dos
coronas con claveles blancos y rosas rojas, otra de margaritas amarillas y
crisantemos. “Son cien por los dos!!” le dijo el niño. Saúl solamente sacó el
billete de cien y se lo dio al niño. “¡Igual,
allá en el mercado me pedían ciento cincuenta por cada uno!” pensó.
Logró ingresar a la necrópolis y
el guardián le indicó que en media hora cerraban, así que tenía que
apresurarse; ya que el nicho en donde estaba su hermano y sobrino estaba casi
llegando al final del recinto, cerca de la bomba de agua y la orilla del
barranco.
Un barranco en donde,
lamentablemente, iban a tirar a aquellos cofres que incumplían con el pago
anual del espacio o “nicho”, le esperaban un par de meses y si nadie se hacía
cargo, pues realizaban la exhumación y directo al barranco. Pero, en fin, así
las “normas” y “políticas”.
Pasaba frente a la casa que tenía
rótulo de “Guardianía” y lo alertaron unos ladridos, de unos perros estilo
pitbull, no eran de esa raza, pero algún cruce tenía, pero se parecían a ellos.
Estaban amarrados y dentro de una jaula. Una señora salió para tirarles un poco
de comida, se sonrió con Saúl. Él solo le dio las buenas tardes y continuó con
su paso acelerado hacia su destino, la última morada de su hermano y su
sobrino.
Llegó, apreció el escenario, ese
barranco sobrevolado por aves de rapiña; las últimas personas abandonando el
lugar; gente vestida de negro que se despedía de un sepelio. Todos buscando la
salida, pero Saúl llegando.
Satisfecho por haber llegado,
acarició las lápidas, les dedicó unas palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas,
dejó las coronas y se dispuso a salir. Unos niños aún correteaban por el lugar,
pero un par de adultos los fueron a traer y llamarles la atención, ya que no
era lugar ni la hora para andar deambulando.
Saúl se fue detrás de ellos para
no salir solo del recinto; iba acercándose a ellos y unos ladridos lo
desconcentraron; nuevamente pasando justo a la casa del guardián. Nuevamente la
señora salió y se le quedó viendo a Saúl y le pidió disculpas; y le alertó que
se apresurara a salir porque ya iban a cerrar y ella, por instrucción de su
esposo, el guardián; tenía que soltar a
los perros justo a las seis de la tarde para que rondaran el cementerio y
evitar que malas personas ingresaran a profanar el recinto.
Volteó y observó que la familia
con la que iba a salir, ya se había adelantado y bordeaba la esquina para enfilar
a la salida. Saúl se despidió y empezó a correr hacia la salida; la noche
empezaba a realizar su acto de presencia.
En la esquina, se encontró al
guardián. De manera sospechosa le preguntó del por qué la prisa; Saúl miró su
reloj y le dijo que pronto iban a cerrar y que no se quería quedar dentro de
las instalaciones.
El guardia soltó la carcajada y
le dijo que de eso no había problema, porque cinco minutos antes avisaban por
una bocina para que la gente se retirara. “Ajá” le dijo Saúl. “Pero cuando su
esposa suelte a los chuchos esos, seguro me muerden las canillas si me miran
caminando por ahí a las seis de la tarde.”- continuó.
El guardia volvió a reír.
“Venga, vamos a ver a esos chuchos”.
Le invitó el guardia a caminar.
Lo llevó a la casa de guardianía
y le dijo: “Acá no hay perros y ni esposa; lo asustaron mi amigo; hace varios
años entraron unos delincuentes por el lado del barranco para robar, nos
opusimos, pero no tuvimos éxito.”
“Cómo que no tuvimos?” Preguntó
Saúl. Volteó a ver y la casa ya no era
casa; era un Mausoleo gris y oscuro. A su alrededor ya no había nadie. Empezó a
correr y sentía que llevaba piedras en las bolsas de su pantalón, no avanzaba. Alcanzó
a escuchar un “déjenlo”. Y todo fue
oscuridad y silencio.
Saúl despertó, confundido; era de
día; algunas personas se le quedaban mirando extrañados.
Él se incorporó y para su
sorpresa estaba frente a la tumba de su hermano, con la corona de flores en el
cuello. Salió corriendo del cementerio aún con aquel “déjenlo” que lo
identificó con la voz del hermano fallecido. No le contó a nadie y no volvió a
regresar al cementerio.
Gracias ....Esta muy bueno pero para antes de dormir jajajaja
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