Aún con los ojos irritados por las veinticuatro horas que estuvo cubriendo su turno, con las ojeras marcadas profundas casi de un color morado que resaltaba en su piel blanca y hacía más brillantes sus ojos celestes; tratando de degustar un café espeso sin azúcar para poder aguantar a llegar a las seis de la mañana para poder ir a dormir todo el día y recuperarse del desvelo. Parado, aún erguido con sus casi un metro noventa de estatura, de complexión atlética y firme, con un olor impregnado a formol y medicinas. Frente a la ventana, mirando al exterior en donde el paisaje no era nada más que una avenida llena de vehículos, edificios, gente corriendo de un lado a otro dando inicio a su jornada laboral y uno que otro perro salvándose de ser atropellado por los vehículos o pateado por las personas. Ruido de bocinas, buses de transporte colectivo violando las leyes de tránsito cambiándose de carril en carril y deteniéndose en donde a ellos se les antojaba, motoristas zigzagueando como zancudos en medio de los vehículos, elevando así las posibilidades de tener algún accidente. “Más trabajo para mí”- sonreía sarcásticamente Sergio.
Sergio, quien ya tenía más de diez años de realizar la misma rutina en el Hospital Nacional, ubicado en la zona central de la ciudad capital; de pararse en la ventana y ver ese espectáculo matinal en donde todos andaban como locos a las seis de la mañana, mientras que él con un café, agradeciendo que al momento que él se retirara del hospital podría dirigirse a su hogar sin ningún contratiempo.
Luego de su rutina de meditación parado en la ventana con su taza de café, regresa a su escritorio para ordenar la documentación del trabajo de las últimas horas en la sala de autopsias en donde Sergio trabajaba en la morgue del Hospital Nacional; un médico forense de trayectoria, quien por su fanatismo por el trabajo se le había olvidado que había vida fuera de esas cuatro paredes llenas de camillas y de cuerpos inertes que le correspondía revisarlos y realizarles el respectivo proceso de autopsias para determinar el causal de la muerte de cada uno de ellos.
A veces se sentía solitario, pero le vencía la pasión de su trabajo y eso evitaba que Sergio pudiera tener una vida con más actividad social o una vida donde pudiera tener pareja sentimental.
Cada vez que llegaba el jefe al área de trabajo de Sergio, siempre le molestaba diciéndole “va a ser más fácil que te enamores de una muerta a que te cases con alguien en vida”. Sergio reía por ello, y siempre le parecía sospechoso que, de un día para otro, siempre le aparecía algún asistente o estudiante de último año de ciencias forenses; ya que le indicaban que era para irle a ayudar. A lo cual más parecía que el jefe le estaba consiguiendo formas de poder hacer que Sergio se fijara en alguien.
El problema es que las mujeres que llegaban, miraban ya a Sergio como un carnicero, ya que, por la experiencia del caso, el tiempo de estar haciendo siempre lo mismo; cada cuerpo, Sergio lo trataba como que si estuviera jugando con un muñeco o como trabajan los carniceros en los rastros. Sergio era práctico, siempre les decía que esa era la labor y qué mejor si le buscaban la practicidad para salir pronto de ese evento que de por sí no era agradable.
Las “ayudantes” no duraban ni dos meses con él, solo una fue capaz de soportar seis meses porque se había enamorado de él, y habían tenido un par de encuentros en los días en los que Sergio no le tocaba ir a hacer turno, pero hasta ahí quedó. La pobre mujer no soportaba la frialdad de Sergio, y peor cuando intimaban; ya que era de frío al igual como el hacía sus autopsias, no le ponía sal al asunto y la mujer terminó decepcionándose y se largó.
Sergio por supuesto se había enamorado, a su manera; pero se había enamorado y quedó destrozado. En ese instante le habló a su jefe que le dejara de estar enviando ayudantes para realizar la labor ya que él podía hacerlo solo.
A sus treinta y cinco años, tenía que sentar cabeza; pero se apasionaba tanto por su trabajo que prefería abrir cuerpos muertos que buscar tener relación sentimental con una mujer.
Luego de ordenar su escritorio y dar el último sorbo de café espeso a la taza, se quitó su bata blanca para colgarla en un clavo que estaba colocado justo en la pared detrás de él. Se acomodó su pelo rubio con sus manos, se restregó los ojos, tomó su dispositivo electrónico Tablet, retiró su teléfono móvil de la conexión de carga y se dispuso a retirarse.
Como Sergio no tenía vida social, al salir a la calle era como un ciudadano más, la única diferencia era su estatura, su piel, sus ojos y su facha, que de médico no tenía nada. Ya que luego de retirarse su bata blanca, quedaban expuestos unos pantalones jeans desteñidos haciendo juego con camisas de manga larga de cuadros y en ocasiones, con playeras blancas de cuello redondo.
La gente se le quedaba viendo, pero más por las ojeras tan profundas y oscuras. En una de esas un niño como de seis años que iba de la mano de su madre dice: “Mami, ese señor parece mapache.” Sergio se hizo el loco, pero sonreía por la ocurrencia; mientras la madre iba cambiando de colores por la vergüenza y por el enojo, increpando al niño por lo abusivo en comparar la apariencia de una persona con la de un animal. En fin, a veces es bueno salir a descubrir el mundo se decía Sergio.
Como Sergio, un día se quedaba en el Hospital y otro día era de descanso, dispuso pasar a un supermercado y abastecerse de comida y bebida. “Hoy voy a cocinar rico y me voy a disparar un par de chelas bien frías”- se dijo.
Así pues, al salir del supermercado y llegar a su casa, preparó unos fideos con camarones, una ensalada de tomate, cebolla y lechuga, preparó una sopa de vegetales y no pudo faltar las respectivas cervezas que se iba tomando mientras preparaba los platos y durante la hora de la comida.
“Luego de esta comida y bebida voy a dormir como un bebé”- pensó Sergio. Luego de recoger y lavar los platos se fue a la sala a ver televisión, puso un canal de videos musicales y en una de esas se quedó dormido profundamente.
Luego de esas casi catorce horas de sueño, Sergio despertó revitalizado; sentía un poco seca la boca, y dio gracias al cielo al ver que en la refrigeradora le habían quedado cervezas del día anterior, a lo cual dispuso a ir y abrir una.
A falta de ocho horas de ir y tomar su turno de labores en la morgue, ya llevaba cerca de tres cervezas; ya estaba recuperado. Dispuso ir a recostarse un rato antes de salir, pero una llamada le interrumpió sus intenciones. Era el jefe de Sergio: “Sergio, urge que te vengas a la morgue, hubo un accidente y acá tenemos por lo menos una docena de cuerpos, incluyendo los del piloto y ayudante del bus, quienes al parecer iban ebrios.”.
“Ya somos tres ebrios entonces”- pensó Sergio. “Con gusto jefe, ya voy para allá”. Fue la respuesta de Sergio. El jefe le sentenció: “Hoy si no me vayas a reclamar, pero pedí una persona más para que te ayude; no sé a quién te mandarán, pero es necesaria la ayuda en esta eventualidad”
Disparado salió Sergio de la cama, se cepilló bien los dientes, se preparó una taza de café y salió directo al hospital nacional en donde había crisis por el accidente registrado por un bus extraurbano, quien por andar en carrera para ganar pasajes, atropelló a un motorista que no iba en su carril y luego el piloto del bus perdió el control y terminó cayendo en un puente de paso a desnivel en una zona céntrica de la ciudad, el ayudante del piloto que iba parado en las gradas de subida de la entrada del bus, salió disparado y un vehículo particular le pasó encima provocándole hemorragia interna y muerte inmediata; el bus al caer de frente en la caída del puente, hizo que el piloto al no andar con cinturón de seguridad, saliera expulsado por el vidrio delantero estrellando su cráneo contra el asfalto, también muriendo inmediatamente; los pasajeros; los que iban parados y en la parte de adelante fueron los que sufrieron más, al terminar aplastados entre los tubos retorcidos y presionados por los pasajeros de atrás. Ellos muriendo por asfixia. Sergio iba imaginando encontrar un escenario dantesco en la emergencia y en la morgue del hospital.
Sergio llegó justo a la entrada del hospital, el escenario no era como él se lo imaginaba; era peor. Ambulancias por todos lados, gente llorando desesperada preguntando por sus familiares, en emergencia se miraban entrar cuerpos desfallecidos, no se sabía si estaban heridos, desmayados o si estaban sin vida.
A como pudo, Sergio logró entrar hasta la oficina del jefe. Quien por cierto estaba sudando y también desesperado, porque no solo el hospital había colapsado, pero como el gobierno no les daba recursos necesarios, entonces andaban sin medicamentos y sin accesorios para cubrir las emergencias.
Sergio no le dijo nada más que: “Ya vine y me voy a mi lugar, cuente con mi apoyo”. Salió al pasillo y de regreso a la locura, enfermeras, médicos, residentes, camillas, bolsas de suero, ropa con sangre, de todo. Pura película de esas de guerra pensaba Sergio.
Trató de concentrarse y se fue a su área, logró pasar entre la marea de personas que circulaban en los pasillos del hospital y entró directo a su escritorio a tomar su bata médica, colocarse su gafete de identificación, tomar su tablero de anotaciones y justo cuando se disponía a salir a los pasillos para tratar de apoyar en el orden una voz femenina le dice: “Buen día doctor, me tomé la libertad de ordenar los ingresos de las personas que medicamente ya se encuentran fallecidas luego del accidente, están ordenadas una a una en la sala de recepción de la morgue, de nuestro lado ya todo está controlado.”
Manteniendo la frialdad que le caracterizaba, miró de reojo al lugar de donde provenía la voz tímida, temblorosa y quedita de la mujer que le había hablado. “Otra mujer me mandó este jodido, ni porque hay crisis no deja de mandarme candidatas para ver si me conquista alguna”-pensó Sergio.
Al llevar la mirada hacia una figura menuda, de pelo corto rizado de color negro, en donde unos grandes ojos negros de mirada tímida, adornados por unas mejillas blancas y pecosas, y al ver esos labios delgados y rosados de donde provenía la voz nerviosa; Sergio se quedó desarmado.
“Buen día, discúlpeme, pero al estar siempre solo acá, no pensé que habría alguien más; y le agradezco lo que ha hecho en este momento de crisis. Mucho gusto, soy Sergio.”
La ayudante, quien se ruborizó por el saludo de Sergio se presentó como Lourdes, estudiante universitaria del último año de carrera de Ciencias Médicas Forenses de una universidad privada.
Sergio, tratando de mantener la cordura, ya que; encima de todo le saludo cortésmente con un suave apretón de manos en donde sintió la suavidad de la piel de Lourdes y un aroma fresco a flores combinado con la brisa de un bosque en medio de una montaña nevada, que lo dejó desestabilizado. Le dijo: “Bueno Lourdes, arreglemos este embrollo y pongámonos a trabajar y así poder entregar estos cuerpos a la brevedad posible”.
Al ser aún una estudiante de último año, le brindó todas las indicaciones y precauciones; que si se sentía con nauseas había un baño a escasos metros; le indicó el lugar donde estaban los utensilios, hasta le aclaró que por ser morgue ahí no espantaban ni se aparecían fantasmas, ni que se movían los cuerpos de lugar o de posición o nada parecido. Y que si tenía alguna duda que no tuviera pena en preguntar; “Igual, qué más le podía pasar a un muerto si la chica cometía algún error en algún procedimiento, igual ya estaba muerto y no lo podía matar dos veces”. Pensaba la fría mente de Sergio.
Se pusieron a trabajar y lograron salir en menos del tiempo esperado; a Sergio le admiró la actitud de Lourdes; a pesar de ser una muchacha de “familia rica y bien bonita” decía Sergio; se entregaba a la labor forense de una forma en que ninguna otra persona de las que Sergio había conocido. Lourdes se daba cuenta que Sergio no le despegaba la vista y cada vez que cruzaban miradas, Lourdes le guiñaba el ojo y se ruborizaban sus mejillas. Sergio se derretía internamente, aunque por fuera mantuviera esa imagen fría y sobria que le había caracterizado.
Sin estimar el tiempo que había transcurrido, finalizaron su labor; se olvidaron de comer, de beber agua y de ir al baño. Se afanaron en la labor que la terminaron en menos de veinticuatro horas. Lograron entregar los informes respectivos para que los familiares pudieran dar cristiana sepultura a las víctimas del fatal accidente.
El jefe de Sergio los felicitó y los mandó a descansar con derecho a un día libre adicional. Sergio se lo agradeció, pero él le dijo que se iba a mantener en sus horarios normales pero que le pasara el día de descanso para otro día que él lo pudiera necesitar. Lourdes fue la primera en retirarse, se despidió de lo más normal y le alargo el brazo a Sergio para despedirse de él con un apretón de manos; y con una sonrisa entre pícara e inocente le dijo “ha sido un gusto haber trabajado con usted doctor”. Se dio la vuelta y se fue.
Sergio sin saber que decir, voltea a ver al Jefe y le dice: “ella sí pudiera ser mi auxiliar en la morgue, evalúe por favor si la puede hacer venir de ahora en adelante”. El jefe con mirada de complicidad, solo se ríe meneando la cabeza de un lado a otro y solo le dijo: “ve y descansa mejor, picarón”.
Pasó el día de descanso y Sergio no dejaba de pensar en esa mirada, esa sonrisa y el rubor de Lourdes. Estuvo tan ocupado ese único día que se conocieron, que se arrepintió ni tan siquiera averiguar en donde vivía o si tenía alguna red social, solo sabía que era Lourdes. Pero se le ocurrió que al día siguiente que le tocara turno, ir a ver a los registros de ingreso del hospital para poder verificar el nombre completo y así poder iniciar la búsqueda.
Al llegar al hospital, de nuevo la rutina de ir a su escritorio a recoger su bata, colgarse su gafete y revisar el listado de personas que ya tenía en fila en la morgue para iniciar su labor, entra el jefe acompañado de Lourdes para presentarla como el nuevo apoyo que tendría a partir de ahora en la morgue del hospital, le guiñó el ojo y se retiró dejándolos así solos y con la oportunidad que Sergio quería de interactuar y conocerla, pero para variar Sergio se quedó mudo de nuevo.
Lourdes rompió el hielo diciéndole: “Que bueno que hoy no hay accidentes; así que ya podremos platicar más”. Entonces el ruborizado fue Sergio. Pero se repuso y estuvo de acuerdo. Le invitó a un café, hablaron de su experiencia en otros hospitales e intercambiaron opiniones relacionado a lo profesional. Todo esto, mientras realizaban su labor con los cuerpos registrados en la morgue.
Iban a pasar el turno juntos así que, como si se hubieran puesto de acuerdo; finalizaron su labor a toda velocidad y así les quedó la madrugada para filosofar. Cada uno hablo de su vida, de donde venían, de sus amores pasados, de sus deportes favoritos y de mil cosas más.
El tiempo pasó volando, cuando sintieron tenían que despedirse; a ambos se les quedó ese nudo en la garganta, pero pudo más el orgullo; se volvieron a despedir de apretón de manos y sería hasta dentro de veinticuatro horas para volver a cruzar sus miradas. “Esta ya es colgazón”- dijo Sergio.
El siguiente día de turno, la misma rutina; con la única diferencia que Lourdes llevó el café de una cadena famosa de cafeterías a nivel mundial y que era un hecho que era de mejor calidad del que Sergio sacaba de su frasco de café instantáneo.
Ese día no hubo mucho que hacer. Estuvieron arreglando unos papeles y contando chistes; en una de esas que estaban arreglando el último archivero que les quedaba; Sergio impulsivamente besó a Lourdes en los labios. Ella ni los ojos cerró, es más los abrió al límite y empujó a Sergio; quien ruborizado solo dijo “perdón” y se dirigió a su escritorio para ponerse a leer unos informes.
Recriminándose a sí mismo: “que mula soy”. No advirtió la presencia de Lourdes quien en un abrir y cerrar de ojos se le puso frente a frente y ella lo besó a él. Una vorágine, estaban solos, sin tareas pendientes y ambos en una vida de soltería; dieron rienda suelta a sus sentimientos. Sergio estaba descontrolado ante los encantos de Lourdes, sus finos labios, su piel suave y con un aroma penetrante, la degustaba. Bizarro, pero aprovecharon las camillas vacías para dar rienda suelta a sus sentimientos y su pasión. En eso se les fueron las últimas ocho horas del turno.
Lourdes, le había dicho que sus padres vivían en el oriente del país y que ella vivía en una casa de estudiantes con una su amiga. Y le propuso si podía pasar ese día de descanso en su casa, a lo cual Sergio accedió quedaron de acuerdo.
Sergio había vuelto a aperturar su corazón, de un día para otro se había enamorado de Lourdes. Ese día al salir del hospital se fue directo al supermercado para comprar de todo y hacer de ese día, un día romántico; compró vino, diferentes jamones y mariscos.
Llegó a su apartamento y preparó toda la comida; justo finalizando cuando tocaron a la puerta y el corazón le latió a mil, en efecto; Lourdes del otro lado, con un vestido a la altura de la rodilla, ajustado al cuerpo, lo que le permitía mostrar esa silueta perfecta. Un maquillaje sutil. Que Sergio quedó mudo. Pero tratando de romper el hielo le dice: “Creo que la comida la tendré que recalentar luego de que comamos antes el postre” y medio trató de sonreír.
Lourdes cruzó la frontera de la puerta, se vieron a los ojos, se saludaron con un beso tierno y profundo para luego dirigirse directamente al dormitorio de Sergio, en donde se disfrutaron, se amaron, tomaron vino, rieron disfrutaron.
Finalizaron el día en el sofá, viendo televisión, abrazados, cubiertos con una colcha; Sergio no dejaba de admirar la belleza que tenía en sus brazos, el amor de su vida. En esas estaban cuando de repente empezaron a somatar la puerta del apartamento de Sergio insistentemente. Sergio preguntó quién era; y solo somataban con más fuerza; Lourdes se fue a esconder al cuarto de Sergio, luego de unos segundos, la puerta sonó con más insistencia y se escuchó una voz; “Sergio, Sergio… abre la puerta, por favor… es urgente; hay otra emergencia”
Era la voz del jefe. Sergio volteó hacia la puerta de su cuarto y vió a Lourdes que sonreía, le tiró un beso y le guiñó el ojo. Sergio le devolvió el gesto y realizó una mueca, levantando los hombros de a saber que le pasaba al jefe que lo estaba buscando urgentemente a las puertas del apartamento. Así que se puso una pantaloneta y se dirigió a abrir la puerta.
Al abrir la puerta el jefe con cara de preocupación, lo toma de los hombros y lo agita fuertemente. Sergio no sabía que pasaba.
La insistencia en la sacudida hizo que Sergio levantara la cabeza. Atónito y sorprendido. Con los ojos desorbitados, Sergio miraba a los ojos a su jefe. No entendía que pasaba.
Sergio estaba en su escritorio en la morgue, vestido con su bata, se había quedado dormido sobre los informes que estaba revisando. “Qué pasó?” – fue lo único que pudo articular Sergio.
“De plano te quedaste dormido y te lo tenías merecido por la faena de ayer con el accidente de la camioneta; pero resulta que hace dos horas que los saqué de mi oficina para que vos y Lourdes fueran a descansar, de dicha te quedaste por acá, porque a la niña Lourdes, al ir buscando la parada de bus, hubo una balacera y le cayó una bala perdida y la acaban de traer acá al hospital con otros cuatro más que estaban ahí metidos.”
Sergio incrédulo, aún tenía impregnado el olor del perfume de Lourdes en su cuerpo, tenía el sabor de sus labios y los recuerdos de los últimos dos días. Revisó la fecha y la hora, solamente habían pasado dos horas desde que se despidieron de apretón de manos en la oficina del jefe.
Fue doloroso para Sergio el tener que trabajar el cuerpo de Lourdes, el cual era idéntico al cual soñó, los mismos lunares, la misma suavidad. “pero cómo… si fue un sueño, ella muerta” decía en vos baja, y con los ojos llorosos. No entendía.
Luego de la dura labor, le pidió la tarde libre al jefe. Sergio pasó comprando una botella de licor para llegar a su casa y bebérsela. Entró al apartamento y fue por un vaso, se sirvió un trago y se fue directo a la habitación, su desconcierto no pudo ser mayor al entrar en ver que su cama estaba revuelta y el aroma de Lourdes impregnado en sus sábanas.
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