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miércoles, 28 de septiembre de 2016

LA MORGUE

Aún con los ojos irritados por las veinticuatro horas que estuvo cubriendo su turno, con las ojeras marcadas profundas casi de un color morado que resaltaba en su piel blanca y hacía más brillantes sus ojos celestes; tratando de degustar un café espeso sin azúcar para poder aguantar a llegar a las seis de la mañana para poder ir a dormir todo el día y recuperarse del desvelo. Parado, aún erguido con sus casi un metro noventa de estatura, de complexión atlética y firme, con un olor impregnado a formol y medicinas. Frente a la ventana, mirando al exterior en donde el paisaje no era nada más que una avenida llena de vehículos, edificios, gente corriendo de un lado a otro dando inicio a su jornada laboral y uno que otro perro salvándose de ser atropellado por los vehículos o pateado por las personas. Ruido de bocinas, buses de transporte colectivo violando las leyes de tránsito cambiándose de carril en carril y deteniéndose en donde a ellos se les antojaba, motoristas zigzagueando como zancudos en medio de los vehículos, elevando así las posibilidades de tener algún accidente. “Más trabajo para mí”- sonreía sarcásticamente Sergio.
 
Sergio, quien ya tenía más de diez años de realizar la misma rutina en el Hospital Nacional, ubicado en la zona central de la ciudad capital; de pararse en la ventana y ver ese espectáculo matinal en donde todos andaban como locos a las seis de la mañana, mientras que él con un café, agradeciendo que al momento que él se retirara del hospital podría dirigirse a su hogar sin ningún contratiempo.
 
Luego de su rutina de meditación parado en la ventana con su taza de café, regresa a su escritorio para ordenar la documentación del trabajo de las últimas horas en la sala de autopsias en donde Sergio trabajaba en la morgue del Hospital Nacional; un médico forense de trayectoria, quien por su fanatismo por el trabajo se le había olvidado que había vida fuera de esas cuatro paredes llenas de camillas y de cuerpos inertes que le correspondía revisarlos y realizarles el respectivo proceso de autopsias para determinar el causal de la muerte de cada uno de ellos.
 
A veces se sentía solitario, pero le vencía la pasión de su trabajo y eso evitaba que Sergio pudiera tener una vida con más actividad social o una vida donde pudiera tener pareja sentimental.
 
Cada vez que llegaba el jefe al área de trabajo de Sergio, siempre le molestaba diciéndole “va a ser más fácil que te enamores de una muerta a que te cases con alguien en vida”.  Sergio reía por ello, y siempre le parecía sospechoso que, de un día para otro, siempre le aparecía algún asistente o estudiante de último año de ciencias forenses; ya que le indicaban que era para irle a ayudar. A lo cual más parecía que el jefe le estaba consiguiendo formas de poder hacer que Sergio se fijara en alguien.
 
El problema es que las mujeres que llegaban, miraban ya a Sergio como un carnicero, ya que, por la experiencia del caso, el tiempo de estar haciendo siempre lo mismo; cada cuerpo, Sergio lo trataba como que si estuviera jugando con un muñeco o como trabajan los carniceros en los rastros. Sergio era práctico, siempre les decía que esa era la labor y qué mejor si le buscaban la practicidad para salir pronto de ese evento que de por sí no era agradable.
 
Las “ayudantes” no duraban ni dos meses con él, solo una fue capaz de soportar seis meses porque se había enamorado de él, y habían tenido un par de encuentros en los días en los que Sergio no le tocaba ir a hacer turno, pero hasta ahí quedó. La pobre mujer no soportaba la frialdad de Sergio, y peor cuando intimaban; ya que era de frío al igual como el hacía sus autopsias, no le ponía sal al asunto y la mujer terminó decepcionándose y se largó.
 
Sergio por supuesto se había enamorado, a su manera; pero se había enamorado y quedó destrozado. En ese instante le habló a su jefe que le dejara de estar enviando ayudantes para realizar la labor ya que él podía hacerlo solo.
 
A sus treinta y cinco años, tenía que sentar cabeza; pero se apasionaba tanto por su trabajo que prefería abrir cuerpos muertos que buscar tener relación sentimental con una mujer.
 
Luego de ordenar su escritorio y dar el último sorbo de café espeso a la taza, se quitó su bata blanca para colgarla en un clavo que estaba colocado justo en la pared detrás de él. Se acomodó su pelo rubio con sus manos, se restregó los ojos, tomó su dispositivo electrónico Tablet, retiró su teléfono móvil de la conexión de carga y se dispuso a retirarse.
 
Como Sergio no tenía vida social, al salir a la calle era como un ciudadano más, la única diferencia era su estatura, su piel, sus ojos y su facha, que de médico no tenía nada. Ya que luego de retirarse su bata blanca, quedaban expuestos unos pantalones jeans desteñidos haciendo juego con camisas de manga larga de cuadros y en ocasiones, con playeras blancas de cuello redondo.
 
La gente se le quedaba viendo, pero más por las ojeras tan profundas y oscuras. En una de esas un niño como de seis años que iba de la mano de su madre dice: “Mami, ese señor parece mapache.”  Sergio se hizo el loco, pero sonreía por la ocurrencia; mientras la madre iba cambiando de colores por la vergüenza y por el enojo, increpando al niño por lo abusivo en comparar la apariencia de una persona con la de un animal. En fin, a veces es bueno salir a descubrir el mundo se decía Sergio.
 
Como Sergio, un día se quedaba en el Hospital y otro día era de descanso, dispuso pasar a un supermercado y abastecerse de comida y bebida. “Hoy voy a cocinar rico y me voy a disparar un par de chelas bien frías”- se dijo.
 
Así pues, al salir del supermercado y llegar a su casa, preparó unos fideos con camarones, una ensalada de tomate, cebolla y lechuga, preparó una sopa de vegetales y no pudo faltar las respectivas cervezas que se iba tomando mientras preparaba los platos y durante la hora de la comida.
 
“Luego de esta comida y bebida voy a dormir como un bebé”- pensó Sergio. Luego de recoger y lavar los platos se fue a la sala a ver televisión, puso un canal de videos musicales y en una de esas se quedó dormido profundamente.
 
Luego de esas casi catorce horas de sueño, Sergio despertó revitalizado; sentía un poco seca la boca, y dio gracias al cielo al ver que en la refrigeradora le habían quedado cervezas del día anterior, a lo cual dispuso a ir y abrir una.
 
A falta de ocho horas de ir y tomar su turno de labores en la morgue, ya llevaba cerca de tres cervezas; ya estaba recuperado. Dispuso ir a recostarse un rato antes de salir, pero una llamada le interrumpió sus intenciones. Era el jefe de Sergio: “Sergio, urge que te vengas a la morgue, hubo un accidente y acá tenemos por lo menos una docena de cuerpos, incluyendo los del piloto y ayudante del bus, quienes al parecer iban ebrios.”.
 
“Ya somos tres ebrios entonces”- pensó Sergio. “Con gusto jefe, ya voy para allá”. Fue la respuesta de Sergio. El jefe le sentenció: “Hoy si no me vayas a reclamar, pero pedí una persona más para que te ayude; no sé a quién te mandarán, pero es necesaria la ayuda en esta eventualidad”
 
Disparado salió Sergio de la cama, se cepilló bien los dientes, se preparó una taza de café y salió directo al hospital nacional en donde había crisis por el accidente registrado por un bus extraurbano, quien por andar en carrera para ganar pasajes, atropelló a un motorista que no iba en su carril y luego el piloto del bus perdió el control y terminó cayendo en un puente de paso a desnivel en una zona céntrica de la ciudad, el ayudante del piloto que iba parado en las gradas de subida de la entrada del bus, salió disparado y un vehículo particular le pasó encima provocándole hemorragia interna y muerte inmediata; el bus al caer de frente en la caída del puente, hizo que el piloto al no andar con cinturón de seguridad, saliera expulsado por el vidrio delantero estrellando su cráneo contra el asfalto, también muriendo inmediatamente; los pasajeros; los que iban parados y en la parte de adelante fueron los que sufrieron más, al terminar aplastados entre los tubos retorcidos y presionados por los pasajeros de atrás. Ellos muriendo por asfixia. Sergio iba imaginando encontrar un escenario dantesco en la emergencia y en la morgue del hospital.
 
Sergio llegó justo a la entrada del hospital, el escenario no era como él se lo imaginaba; era peor. Ambulancias por todos lados, gente llorando desesperada preguntando por sus familiares, en emergencia se miraban entrar cuerpos desfallecidos, no se sabía si estaban heridos, desmayados o si estaban sin vida.
 
A como pudo, Sergio logró entrar hasta la oficina del jefe. Quien por cierto estaba sudando y también desesperado, porque no solo el hospital había colapsado, pero como el gobierno no les daba recursos necesarios, entonces andaban sin medicamentos y sin accesorios para cubrir las emergencias.
 
Sergio no le dijo nada más que: “Ya vine y me voy a mi lugar, cuente con mi apoyo”. Salió al pasillo y de regreso a la locura, enfermeras, médicos, residentes, camillas, bolsas de suero, ropa con sangre, de todo. Pura película de esas de guerra pensaba Sergio.
 
Trató de concentrarse y se fue a su área, logró pasar entre la marea de personas que circulaban en los pasillos del hospital y entró directo a su escritorio a tomar su bata médica, colocarse su gafete de identificación, tomar su tablero de anotaciones y justo cuando se disponía a salir a los pasillos para tratar de apoyar en el orden una voz femenina le dice: “Buen día doctor, me tomé la libertad de ordenar los ingresos de las personas que medicamente ya se encuentran fallecidas luego del accidente, están ordenadas una a una en la sala de recepción de la morgue, de nuestro lado ya todo está controlado.”
 
Manteniendo la frialdad que le caracterizaba, miró de reojo al lugar de donde provenía la voz tímida, temblorosa y quedita de la mujer que le había hablado. “Otra mujer me mandó este jodido, ni porque hay crisis no deja de mandarme candidatas para ver si me conquista alguna”-pensó Sergio.
 
Al llevar la mirada hacia una figura menuda, de pelo corto rizado de color negro, en donde unos grandes ojos negros de mirada tímida, adornados por unas mejillas blancas y pecosas, y al ver esos labios delgados y rosados de donde provenía la voz nerviosa; Sergio se quedó desarmado.
 
“Buen día, discúlpeme, pero al estar siempre solo acá, no pensé que habría alguien más; y le agradezco lo que ha hecho en este momento de crisis. Mucho gusto, soy Sergio.”
La ayudante, quien se ruborizó por el saludo de Sergio se presentó como Lourdes, estudiante universitaria del último año de carrera de Ciencias Médicas Forenses de una universidad privada.
 
Sergio, tratando de mantener la cordura, ya que; encima de todo le saludo cortésmente con un suave apretón de manos en donde sintió la suavidad de la piel de Lourdes y un aroma fresco a flores combinado con la brisa de un bosque en medio de una montaña nevada, que lo dejó desestabilizado. Le dijo: “Bueno Lourdes, arreglemos este embrollo y pongámonos a trabajar y así poder entregar estos cuerpos a la brevedad posible”.
 
Al ser aún una estudiante de último año, le brindó todas las indicaciones y precauciones; que si se sentía con nauseas había un baño a escasos metros; le indicó el lugar donde estaban los utensilios, hasta le aclaró que por ser morgue ahí no espantaban ni se aparecían fantasmas, ni que se movían los cuerpos de lugar o de posición o nada parecido. Y que si tenía alguna duda que no tuviera pena en preguntar; “Igual, qué más le podía pasar a un muerto si la chica cometía algún error en algún procedimiento, igual ya estaba muerto y no lo podía matar dos veces”. Pensaba la fría mente de Sergio.
 
Se pusieron a trabajar y lograron salir en menos del tiempo esperado; a Sergio le admiró la actitud de Lourdes; a pesar de ser una muchacha de “familia rica y bien bonita” decía Sergio; se entregaba a la labor forense de una forma en que ninguna otra persona de las que Sergio había conocido. Lourdes se daba cuenta que Sergio no le despegaba la vista y cada vez que cruzaban miradas, Lourdes le guiñaba el ojo y se ruborizaban sus mejillas. Sergio se derretía internamente, aunque por fuera mantuviera esa imagen fría y sobria que le había caracterizado.
 
Sin estimar el tiempo que había transcurrido, finalizaron su labor; se olvidaron de comer, de beber agua y de ir al baño. Se afanaron en la labor que la terminaron en menos de veinticuatro horas. Lograron entregar los informes respectivos para que los familiares pudieran dar cristiana sepultura a las víctimas del fatal accidente.
 
El jefe de Sergio los felicitó y los mandó a descansar con derecho a un día libre adicional. Sergio se lo agradeció, pero él le dijo que se iba a mantener en sus horarios normales pero que le pasara el día de descanso para otro día que él lo pudiera necesitar. Lourdes fue la primera en retirarse, se despidió de lo más normal y le alargo el brazo a Sergio para despedirse de él con un apretón de manos; y con una sonrisa entre pícara e inocente le dijo “ha sido un gusto haber trabajado con usted doctor”. Se dio la vuelta y se fue.
 
Sergio sin saber que decir, voltea a ver al Jefe y le dice: “ella sí pudiera ser mi auxiliar en la morgue, evalúe por favor si la puede hacer venir de ahora en adelante”.  El jefe con mirada de complicidad, solo se ríe meneando la cabeza de un lado a otro y solo le dijo: “ve y descansa mejor, picarón”.
 
Pasó el día de descanso y Sergio no dejaba de pensar en esa mirada, esa sonrisa y el rubor de Lourdes. Estuvo tan ocupado ese único día que se conocieron, que se arrepintió ni tan siquiera averiguar en donde vivía o si tenía alguna red social, solo sabía que era Lourdes. Pero se le ocurrió que al día siguiente que le tocara turno, ir a ver a los registros de ingreso del hospital para poder verificar el nombre completo y así poder iniciar la búsqueda.
 
Al llegar al hospital, de nuevo la rutina de ir a su escritorio a recoger su bata, colgarse su gafete y revisar el listado de personas que ya tenía en fila en la morgue para iniciar su labor, entra el jefe acompañado de Lourdes para presentarla como el nuevo apoyo que tendría a partir de ahora en la morgue del hospital, le guiñó el ojo y se retiró dejándolos así solos y con la oportunidad que Sergio quería de interactuar y conocerla, pero para variar Sergio se quedó mudo de nuevo.
 
Lourdes rompió el hielo diciéndole: “Que bueno que hoy no hay accidentes; así que ya podremos platicar más”. Entonces el ruborizado fue Sergio. Pero se repuso y estuvo de acuerdo. Le invitó a un café, hablaron de su experiencia en otros hospitales e intercambiaron opiniones relacionado a lo profesional. Todo esto, mientras realizaban su labor con los cuerpos registrados en la morgue.
 
Iban a pasar el turno juntos así que, como si se hubieran puesto de acuerdo; finalizaron su labor a toda velocidad y así les quedó la madrugada para filosofar. Cada uno hablo de su vida, de donde venían, de sus amores pasados, de sus deportes favoritos y de mil cosas más.
 
El tiempo pasó volando, cuando sintieron tenían que despedirse; a ambos se les quedó ese nudo en la garganta, pero pudo más el orgullo; se volvieron a despedir de apretón de manos y sería hasta dentro de veinticuatro horas para volver a cruzar sus miradas. “Esta ya es colgazón”- dijo Sergio.
 
El siguiente día de turno, la misma rutina; con la única diferencia que Lourdes llevó el café de una cadena famosa de cafeterías a nivel mundial y que era un hecho que era de mejor calidad del que Sergio sacaba de su frasco de café instantáneo.
 
Ese día no hubo mucho que hacer. Estuvieron arreglando unos papeles y contando chistes; en una de esas que estaban arreglando el último archivero que les quedaba; Sergio impulsivamente besó a Lourdes en los labios. Ella ni los ojos cerró, es más los abrió al límite y empujó a Sergio; quien ruborizado solo dijo “perdón” y se dirigió a su escritorio para ponerse a leer unos informes.
 
Recriminándose a sí mismo: “que mula soy”. No advirtió la presencia de Lourdes quien en un abrir y cerrar de ojos se le puso frente a frente y ella lo besó a él. Una vorágine, estaban solos, sin tareas pendientes y ambos en una vida de soltería; dieron rienda suelta a sus sentimientos. Sergio estaba descontrolado ante los encantos de Lourdes, sus finos labios, su piel suave y con un aroma penetrante, la degustaba. Bizarro, pero aprovecharon las camillas vacías para dar rienda suelta a sus sentimientos y su pasión. En eso se les fueron las últimas ocho horas del turno.
 
Lourdes, le había dicho que sus padres vivían en el oriente del país y que ella vivía en una casa de estudiantes con una su amiga. Y le propuso si podía pasar ese día de descanso en su casa, a lo cual Sergio accedió quedaron de acuerdo.
 
Sergio había vuelto a aperturar su corazón, de un día para otro se había enamorado de Lourdes. Ese día al salir del hospital se fue directo al supermercado para comprar de todo y hacer de ese día, un día romántico; compró vino, diferentes jamones y mariscos.
 
Llegó a su apartamento y preparó toda la comida; justo finalizando cuando tocaron a la puerta y el corazón le latió a mil, en efecto; Lourdes del otro lado, con un vestido a la altura de la rodilla, ajustado al cuerpo, lo que le permitía mostrar esa silueta perfecta. Un maquillaje sutil. Que Sergio quedó mudo. Pero tratando de romper el hielo le dice: “Creo que la comida la tendré que recalentar luego de que comamos antes el postre” y medio trató de sonreír.
 
Lourdes cruzó la frontera de la puerta, se vieron a los ojos, se saludaron con un beso tierno y profundo para luego dirigirse directamente al dormitorio de Sergio, en donde se disfrutaron, se amaron, tomaron vino, rieron disfrutaron.
 
Finalizaron el día en el sofá, viendo televisión, abrazados, cubiertos con una colcha; Sergio no dejaba de admirar la belleza que tenía en sus brazos, el amor de su vida. En esas estaban cuando de repente empezaron a somatar la puerta del apartamento de Sergio insistentemente. Sergio preguntó quién era; y solo somataban con más fuerza; Lourdes se fue a esconder al cuarto de Sergio, luego de unos segundos, la puerta sonó con más insistencia y se escuchó una voz; “Sergio, Sergio… abre la puerta, por favor… es urgente; hay otra emergencia”
 
Era la voz del jefe. Sergio volteó hacia la puerta de su cuarto y vió a Lourdes que sonreía, le tiró un beso y le guiñó el ojo. Sergio le devolvió el gesto y realizó una mueca, levantando los hombros de a saber que le pasaba al jefe que lo estaba buscando urgentemente a las puertas del apartamento. Así que se puso una pantaloneta y se dirigió a abrir la puerta.
 
Al abrir la puerta el jefe con cara de preocupación, lo toma de los hombros y lo agita fuertemente. Sergio no sabía que pasaba.
 
La insistencia en la sacudida hizo que Sergio levantara la cabeza. Atónito y sorprendido. Con los ojos desorbitados, Sergio miraba a los ojos a su jefe. No entendía que pasaba.
Sergio estaba en su escritorio en la morgue, vestido con su bata, se había quedado dormido sobre los informes que estaba revisando. “Qué pasó?” – fue lo único que pudo articular Sergio.
 
“De plano te quedaste dormido y te lo tenías merecido por la faena de ayer con el accidente de la camioneta; pero resulta que hace dos horas que los saqué de mi oficina para que vos y Lourdes fueran a descansar, de dicha te quedaste por acá, porque a la niña Lourdes, al ir buscando la parada de bus, hubo una balacera y le cayó una bala perdida y la acaban de traer acá al hospital con otros cuatro más que estaban ahí metidos.”
 
Sergio incrédulo, aún tenía impregnado el olor del perfume de Lourdes en su cuerpo, tenía el sabor de sus labios y los recuerdos de los últimos dos días. Revisó la fecha y la hora, solamente habían pasado dos horas desde que se despidieron de apretón de manos en la oficina del jefe.
 
Fue doloroso para Sergio el tener que trabajar el cuerpo de Lourdes, el cual era idéntico al cual soñó, los mismos lunares, la misma suavidad. “pero cómo… si fue un sueño, ella muerta” decía en vos baja, y con los ojos llorosos. No entendía.
 
Luego de la dura labor, le pidió la tarde libre al jefe. Sergio pasó comprando una botella de licor para llegar a su casa y bebérsela. Entró al apartamento y fue por un vaso, se sirvió un trago y se fue directo a la habitación, su desconcierto no pudo ser mayor al entrar en ver que su cama estaba revuelta y el aroma de Lourdes impregnado en sus sábanas.
 
Este texto se encuentra en el registro de la propiedad intelectual. Cualquier distribución sin autorización del autor, será penalizada de acuerdo a la ley.
 

miércoles, 31 de agosto de 2016

AÑORANDO

Mientras mi mente te  busca durante el alba y el ocaso
Acá estoy, insistentemente buscándote en mis sueños
Justo en el día que no pensé que te conocería
O pensando en una caprichosa broma del destino

Es un dilema que no sé cómo conjugar
Sonrisa y mirada que espero volver a apreciar
Belleza que jamás pude imaginar

Es una sensación de felicidad el que mis ojos te puedan apreciar
La satisfacción que mis sentidos tu presencia puedan sentir e degustar
La delicadeza de tu piel, la suavidad de tus manos, el sabor de tus labios

Ahora lo estoy imaginando, la realidad es un manjar que está esperando y al hacerlo, el cielo estaría tocando.

miércoles, 4 de mayo de 2016

LAS CONCHAS, Chahal, Alta Verapáz, Guatemala

Este post es luego de un recorrido que esta vida me ha dado la oportunidad de disfrutar, no me iré por las ramas; así que vamos a lo que vamos; igual... como bien dicen, las imágenes dicen mas que mil palabras. Obviamente daré una pequeña introducción, comentaré algunas fotografías las cuales son de mi absoluta propiedad, pero utilizaré un par que bajaré de la red y les daré su derecho de autoría.
 
 
Río Dulce, Izabal. Ya he hablado en otros post de ese increíble e impresionante lugar. Pero resulta que a escazos CINCUENTA KILOMETROS, buscando la carretera Transversal al norte del país (Guatemala) se llega al municipio de San Fernando Chahal en Alta Verapáz. Y luego de recorrer un ligero tramo de terracería se llega a un balneario de nombre LAS CONCHAS. La entrada se ve de lo mas normal, para ser un lugar en medio de la naturaleza. Precisamente no hay un lugar de parqueo estipulado, pero los lugareños habilitan terrenos para dejar los vehículos; mas para la temporada de verano que muchas personas lo visitan para disfrutar de un ligero chapuzón en estas pozas o bien, aquellos valientes que deseen tirarse un clavado desde su majestuosa caída de agua.
 
Si se viaja desde la ciudad capital, son cerca de CUATROCIENTOS KILOMETROS.
 
 





La tarifa de ingreso, es mínima, Veinticinco Quetzales (US$3.00) para nacionales y Treintaicinco Quetzales (US$4.50) para extranjeros; tipo de cambio aproximado.
 
Al ingresar se puede apreciar la naturaleza en su máximo esplendor; aunque por la fecha en la que tuve la oportunidad de visitar, la cantidad de visitantes era impresionante, dándole color y vida a este parque natural.






 
 
La siguiente fotografía es de la página www.gt.geoview.info brindando la panorámica del lugar. Luego las que siguen, fueron tomadas por mi persona.


 
Las siguientes, corresponden a diferentes puntos en las pozas en los cuales, tanto grandes y pequeños disfrutan de sus exquisitas aguas.



Esta es la caída de agua en donde varios se asoman, pero pocos los que se avientan. Yo fuí nada mas de los que me asomé, y es espectacular este lugar.








Luego del "chapuzón", no estaba de mas cerrar la visita con un delicioso KAK-IK que vendían en el lugar.


NOS VEMOS PRONTO....


jueves, 21 de abril de 2016

DESDE MI ESCRITORIO

“Me encuentro sentado acá en mi escritorio, en mi trabajo, la oficina en donde prácticamente he laborado toda mi vida; he sido una parte más de todo este personal que a diario lo veo pasar acá enfrente y que al mismo tiempo me ignoran, pues de plano; empecé hace más de veinte años a trabajar en este lugar. Últimamente han contratado gente muy joven, la cual yo ni conozco y menos que ellos me conozcan y mis contemporáneos ya ni los veo pasar por acá"

“Seguramente estoy tan viejo que ni me voltean a ver, cuando escucho que preguntan por mí, medio levanto la mirada y veo que voltean a verme y ni se sonríen; solamente ven y siguen su rumbo; me ignoran, lamentable luego que he sido una persona que a todos he ayudado a crecer y a enseñarles; ahora solo me voltean a ver y me ignoran. Es más, a muchos de esos jóvenes que me ignoran; a sus padres que en algún momento trabajaron acá; yo les enseñaba, no entiendo por qué ahora ese recelo. Sé que estoy viejo, canoso, arrugado y no mantengo esa presencia y personalidad que a lo mejor algunos años atrás más atractiva, pero mantengo el conocimiento, el respeto y la anuencia de seguir ayudando a las nuevas generaciones a salir adelante”

“He dado más tiempo a trabajar acá con la gente, en enseñarles a entender este trabajo que es de más maña y procesos que algo mecánico y rutinario. He pasado la mayoría del tiempo desde la pura madrugada y saliendo al caer el manto de estrellas por la noche.”

“Si algo ha sido bueno es que durante estos últimos meses, el gruñón de mi jefe ni me ha llamado para reclamarme como lo hacía normalmente, creo que ya está un poco más viejo que yo y ya solo esperan su jubilación para poder retirarlo”.

“Llegar a casa es una burla, ya todos se encuentran durmiendo y ni modo, me tengo que ir a acostar sin cenar ya que por la hora ni me esperaron y ni comida me dejaron”.

“No digamos en las mañanas, en donde me levanto temprano para poder llegar al trabajo a primera hora y así adelantar con varios temas; dejo a mis hijos y esposa durmiendo, esperando que esa tarde pueda al fin salir temprano para poder llegar y disfrutar con ellos; pero últimamente ya ni me esperan por lo tarde que he llegado”.

“Vengo decidido a sacarle provecho a este día y a terminar mis cosas lo antes posible”.

“Voy ingresando a las oficinas, buscando mi puesto de trabajo, pero vaya que solemnidad, el equipo de trabajo al cual pertenezco ha sido muy unido, pero como cosa rara, hoy están orando a medio pasillo, y no me dejan pasar a mi escritorio; sería una falta de respeto ir y pedir permiso mientras ellos están concentrados orando.”

“Mejor me espero acá a que terminen su ritual y sin decir nada me quedo al finalizar esta ceremonia que a saber por qué la están haciendo; luego me pasarán el chisme.”

“Al fin finalizaron, luego de esperar cerca de media hora, empiezan a desalojar el pasillo; pero algo hace que se me aguaden las piernas.”

“Todo el grupo triste, algunos llorando (los más antiguos), algunos nuevos guardando respeto; todos mirando hacia mi lugar”.

“En mi lugar un bonito arreglo de flores y una veladora con un vaso de agua y una fotografía mía”.

“Tenía rato de no ver a mi jefe; platicaba con otros amigos de la oficina que también ya no los había visto ya que ni pasaban cerca de mí; o cuando pasaban los miraba pasar de prisa frente a mí sin voltearme a ver; pero ya entendía el asunto;  mi jefe les decía que aún no podía creer que hace dos años que, por estar tenso ante una situación en el trabajo, me dio un infarto y quedé tendido sobre el escritorio y ya no volví a levantarme; yo había muerto”.

“Ahora entiendo por qué nunca ocuparon mi lugar; ahora entiendo por qué me ignoraban; y mientras tanto mis seres queridos han tratado de olvidarse de mi ante la poca presencia en el hogar y llorando por el tiempo que pude haberles dado y que no les pude proporcionar”.


“Mientras tanto seguiré deambulando, en mi pena de no haberle dedicado tiempo a lo que se lo tuve que dedicar”.

jueves, 7 de abril de 2016

DE VISITA A LA PANCHITA

Hay lugares que a veces o normalmente uno no conoce o si los ha visto ni se ha tomado la molestia de entrar,  pero resulta que son lugares que en el día a día uno los ve o pasa frente a ellos cuando se va a trabajar o hacer alguna diligencia ya que son establecimientos que “quedan en el camino”. Principalmente en las carreteras principales de la ciudad en donde a sea por la calzada San Juan, la calzada Roosevelt, anillo periférico, Calzada Raúl Aguilar Batres entre otras; en las horas pico se ven “atoradas” de vehículos a la hora pico. Bueno, ahora eso es un decir, en estos dorados tiempos a cualquier hora hay tráfico y prácticamente un tráfico impasable, hasta las rutas alternas se encuentran ahogadas de tanto automotor.

En fin, mientras uno va tratando de avanzar ya sea en carro propio, o puro jalón o bien en camioneta o como Dios le dé a uno la oportunidad de trasladarse; se va viendo con más detenimiento lugares que antes uno no le ponía atención; desde talleres, colegios, iglesias, tiendas de conveniencia; hasta bares, restaurantes, cafeterías y otro tipo de entretenimiento a lo largo del camino.

Pues en un día viernes a eso de las dos de la tarde, cuando Vinicio se alistaba para finalizar su jornada laboral, y precisamente en la hora en que la cruda le estaba pasando la factura de la farra que había agarrado la noche anterior; prácticamente había terminado “bruto” de tanto “guaro” que se había metido en el organismo. El sentir pegadas las paredes del estómago, la boca seca y el dolor de cabeza lo estaban volviendo loco y solo agarró sus cosas y directo al carro para ir a buscar donde quitarse el malestar. “Aunque sea una chela bien fría necesito”- Decía Vinicio.

Arrancó el carro y puso el aire acondicionado a toda fuerza para que le refrescara la cara ante ese sol criminal que solo le aceleraba el malestar. Salió de la oficina y tomó rumbo a la calzada Roosevelt, vía que le llevaba directamente a su casa cerca del paso a desnivel de la entrada al municipio de Mixco por ahí en Lomas de Portugal. Le urgía por pasar a una gasolinera y poder comprar un par de cervezas y “disparárselas” de un solo para ya llegar a la casa y dormir un rato; y así lo hizo, en la primer estación de gas que contaba con un minimarket, entró se bajó y compró el “vital” líquido para él en esos momentos y regresó al carro para írsela tomando durante el trayecto.

A la altura del kilómetro dieciséis en donde al seguir recto se llega a el sector de El Encinal o manteniéndose a la izquierda sobre la interamericana continúa el camino hacia Mixco, aunque bien, esa carretera lo lleva a uno hasta la frontera con México. Precisamente en ese punto donde se encuentran estos caminos, hay una gasolinera de las de antaño en donde a unos cincuenta metros, dentro del predio en donde se ubica esta gasolinera, Vinicio vió una casita o rancho hecho a pura madera, las paredes, techo de lámina, una estructura que a primera vista se pensaría que se va a derrumbar al primer viento, pero lo que más llamó la atención es que decía SEVICHERÍA PANCHITA... “un oasis en este desierto” –pensó Vinicio. “Aunque sea acá caigo con un seviche”.

Buscó la entrada y lo hizo a través de la gasolinera, solo por ahí se podía; para luego llegar a una pendiente que precisamente frente al local podría estacionar el vehículo. Un guardia de seguridad cuidaba la entrada a la instalación y no digamos a los comensales; armado con una gran escopeta y una cara de no dejarse intimidar.

Vinicio ingresó al  restaurante, lo único que tenía parejo era el piso, de puro cemento, pero parejo. Lo cual por deducción, eso era una sola torta de asfalto y sobre eso a puros trozos de madera levantaron el local y le metieron mesas unas cuantas sillas y un apartado que hace la función de cocina, y otro apartado en donde se instalaron los sanitarios.

El olor a comida magnífico, encontró cámaras frías de cerveza y fue tocar el cielo; y sin dudarlo y olvidándose de la instalación; se sentó en una silla de una mesa disponible y ordenó una cerveza. Su agrado fue más al ver que acompañando la cerveza le llevaron de “boquita” una escudilla mediana con una sopa de mariscos que le incluía un camarón y un caracol. Luego le ponen a la par un picante hecho a base de chiltepe destripado con cebolla y limón.

“Esto es un manjar para mi estómago”- se dijo Vinicio. Procedió a pedir un seviche de camarón y concha y procedió a dar cuenta de la sopa y de la cerveza.

Para cuando le llevaron el Seviche ya llevaba media docena de cervezas, ya se había quitado la cruda, pero se la estaba colocando de nuevo. Se comió el seviche, pidió otras dos cervezas y procedió a pagar la cuenta.

Llamó al joven que le había atendido para solicitarle la cuenta, le canceló y se retiró. Iba tranquilo, feliz y un poco más. Llegó a su casa y a dormir  el resto del día. El sábado despertó como nuevo.

En las siguientes cuatro semanas ya se había vuelto rutina el de ir cada viernes a esta sevichería, tan así que se hizo amigo del guardia y del dueño; siendo en esa semana que el almuerzo le salió gratis a raíz que el dueño le había invitado. Ya hasta habían quedado en que él iba a llevar a sus amigos para que conocieran el lugar. El menú tenía de todo, caldo de mariscos, caldo de camarones, conchas preparadas, seviche de cualquier marisco, mojarras fritas, en fin; tenían para deleitarse con la comida.

Luego de varios días insistiéndole a sus amigos, porque varios de ellos le decían “que gacho ese lugar”, “ni planta de restaurante tiene esa babosada”, “he comido en mejore bares”, “esa mierda de una escupida se cae”, “ahí solo entran a miar los chuchos y bolos”, entre otras frases que le dejaban ir; pero los logró convencer.

El viernes siguiente salieron los cinco amigos hacia la sevichería, pasaron comprando unas cervezas para írselas tomando en el camino, por el tráfico que había, mejor irse refrescando decían y se compraron un paquetón para el camino.

Iban dentro del carro escuchando música ranchera, cantando y filosofando de la vida. Ese viernes deparaba que sería un interminable fin de semana.

Luego del atrancado tráfico a lo largo de la Roosevelt, divisaron la gasolinera… “al fin llegamos” dijeron al unísono, ya no les quedaban cervezas del paquetón. A Vinicio le pareció que algo raro pasaba; la puerta principal estaba cerrada y el guardia no estaba.
“Puta que mala suerte, hoy no abrieron”- dijo Vinicio a sus amigos. “Te lo dijimos vos bruto, que en mejore bares hemos estado” le dijeron. Salieron los improperios y las burlas por la mala suerte de que estaba cerrado el lugar.

Para no dejar las cosas así, Vinicio se dirigió a los jóvenes que despachaban el gas y ver si existía la esperanza de que ellos supieran si abrirían o no.

Los amigos lo miraban con burla, le gritaban de todo “Pediles a ellos el seviche”… “mejor vámonos a otro lado” “ahora vos nos invitas al otro paquetón”.. y las risas continuaban.

En una de esas los amigos callaron y se asustaron al ver que Vinicio desmayaba durante la conversación con los jóvenes del despacho de gasolina; salieron en auxilio de Vinicio para ver que sucedía.

Vinicio aún con la mirada ida y expresión de terror, los miró a todos y no podía articular palabras. Los amigos le preguntaron al joven de la gasolinera para saber que pasaba y el joven entre risas y tratando de ser serio les dijo:

“Ya se me hacía raro, yo miraba cada viernes venir acá a su amigo pero nosotros no entendíamos que entraba a hacer a la sevichería que hace un año se quemó,  como era de madera, el fuego ardió rápido que mató al dueño y  la gente que atendía adentro, desde ese entonces esa "champa" está abandonada".


Nadie dijo más nada; recogieron a Vinicio y lo llevaron a su casa.

domingo, 27 de marzo de 2016

EL ÚLTIMO GRITO

“¡¡¡Por la gran puta!!!” Fue el grito desgarrador que se escuchó en las afueras del sport-bar ubicado en el lobby del hotel El Dorado, sobre la séptima avenida de la zona nueve de la ciudad capital. Eran cerca de las dos de la mañana y solamente Pedro y Memo se encontraban en el interior, finalizando de beber el último de los seis picheles que se habían tomado.

“De plano atropellaron a un bolo como vos...” –le dijo Memo a Pedro. Mientras ambos se carcajeaban por la ocurrencia. Finalmente decidieron pagar y retirarse. Les costaba pararse ya que luego de la cantidad de cervezas que se habían metido en el organismo, ya andaban algo “asurumbados”. Y así tomaron rumbo hacia el parqueo para cada quien irse a su casa, era día jueves y al día siguiente tenían que ir a trabajar y por supuesto levantarse temprano. Ambos eran compañeros de trabajo y en lo que iban caminando hacia el carro, tratando de no perder de vista la línea recta, ya que por el efecto del alcohol empezaba a recorrer el trayecto en zigzag; Pedro le dice a Memo: “vos cerote, mañana hay que ir a quitarse la cruda allá donde las patojas que abren a las diez de la mañana”.

Ya, asomándose al parqueo, vieron justo a su mano izquierda, en medio de la oscuridad, a un grupo de unas seis personas, las cuales por la falta de iluminación no se les distinguía muy bien y solo se apreciaban sus siluetas oscuras, que rodeaban a un cuerpo tendido sobre el pavimento quien al parecer había sido atropellado, asaltado o baleado. Ya en la ciudad se esperaba cualquier tipo de muerte, el gobierno era tan ineficiente que el tema de seguridad se le había salido de las manos y ya el ciudadano salía de su casa esperando poder regresar al final del día. Aunque este par de aventureros se la jugaban y andaban trasnochando y bien servidos con la bebida. La cosa es que decidieron acercarse para ver en qué podían ayudar, al ir acercándose escuchaban los murmullos de los curiosos que a lo lejos se podía entender: “pobrecito”, “ya no podemos hacer nada”, “hay que tratar”, “otro que se lo echan por lo mismo”.... Y así fue lo poco que se escuchó. Una jovencita de unos veinte años lloraba amargamente, estuvo unos minutos y se fue.

Cuando Memo y Pedo iban a preguntar a los extraños, de repente aparece un conjunto de luces rojas y verdes, una sirena escandalosa y el rechinado de llantas deslizándose sobre el pavimento. Confusión... “Que desmadre” dijo Memo.

Aparecía la ambulancia, frenaron a la par del cuerpo tendido, se bajaron tres tipos de uniforme azul y su casco rojo, con camilla en mano. “Permiso... Permiso.., ¿qué pasó?” – preguntó el bombero.

Pedro volteó a ver al grupo que estaba antes que ellos para que dieran su versión, pero la sorpresa fue que al dirigirse al grupo... Ellos ya se habían ido. “Que ahuevados... Se fueron los muy jodidos y nos dejaron bien sembrados”.

Pedro y Memo les contaron todo lo poco que ellos vivieron durante esos momentos que los bomberos se rieron y les dijeron: “mejor vayan a dormir y a quitarse la bolencia, y mejor si ya no se asoman por estos rumbos a echarse los tragos o así van a parar”.

Pedro y Memo no habían entendido con toda claridad el mensaje del bombero, únicamente que tenían que ir a quitarse esa borrachera y descansar. “Mejor hubiéramos ido a echarnos las chelas allá al portalito, allá más tranquilo” decía Pedro.

Pero resulta que esta vez, Memo había sido ascendido y ya habían escuchado hablar de este nuevo bar, que decidieron celebrar el aumento en dicho lugar, pero luego de lo vivido, extrañaban su punto de encuentro regular en el centro histórico de la ciudad.

Igual, al fin de mes siguiente cuando Memo recibió el salario y por medio de mensaje de texto recibió la notificación, fue a buscar a Pedro y le dice: “Ya cayó la mosca... Por fin cayó Mercedes...” Lo cual significaba que ya le habían depositado el salario. Por lo tanto, se iban a ir de farra.

Decidieron regresar al nuevo antro, ahí en la zona 9... Llegaron y pidieron un par de picheles, unas alitas con barbacoa y un plato de papas fritas. Pasaron las horas y lograron escuchar un grito de sufrimiento en las afueras... “¡Noooooooo!”... Y luego silencio.

"Mi huevo” dijo Memo... “Esto no es normal”

Decidieron preguntarle al mesero, quien atentamente escuchaba y los miraba como un padre escucha a su hijo contándole de que un perro corría a un gato. El mesero sin ser descortés solamente les dice: “acá pasan muchas cosas, raras eso sí... Pero mejor no salgan.. Muchas veces las sombras que están allá afuera no son buenas y andan tras los imprudentes, mejor quédense acá adentro”.

"Otro bolo" dijo Pedro, carcajeándose....

Pasó la velada y se fueron, luego de ese encuentro con el mesero; durante la hora de almuerzo, le comentaban a sus compañeros respecto s lo que habían vivido. Uno de ellos, se quedo serio y pálido y les decía que tenían suerte, ya que ahí un familiar había sido llevado por las sombras del más allá. Que todas las noches de viernes y sábado, siempre moría alguien en ese sector a manos de las sombras.

Memo y Pedro reían y bromeaban: “las sombras del guaro y de la goma te mataraaaan...” – se carcajeaban.

Pasaron unos meses más y llegó el ansiado día del pago del bono catorce... “Sale fiesta luego de la oficina..!!!!” – dijo Memo.

Pedro ni dos veces asintió y dijo: “a las cinco en punto nos vamos”

Dicho y hecho, al final de la tarde, ya estaban de nueva cuenta en el bar, empezaron justo antes de las seis de la tarde. Ya a las ocho de la noche, Memo andaba sobre girado de tanta cerveza que se había metido, no lograba articular palabras y solo Pedro le entendía,... Según él.

En una de esas, Memo le expresó que no aguantaba ir al baño, el estomago,lo sentía revuelto y bueno, sentía que todo lo,que tenía en el estomago se le devolvía. A cómo pudo llegó al baño, estuvo desahogándose cerca de cinco minutos.

Al salir, ya más tranquilo y mejorado, vio que una jovencita de unos diecinueve años cruzaba la calle, era la misma que estaba llorando la primera noche que él estuvo por ahí, el día de la persona que gritó desgarradoramente y que al salir del bar, estaba muerta al final de la calle. Era la señorita que lloraba y que de repente se retiró del lugar.

“Mi huevo, esta tiene que decirme que pasó y ahora me la conecto”- dijo Memo. Así que salió tras ella. Trataba de alcanzarla, sin tener éxito, pero unas luces lo encandilaron, abrió los ojos hasta más no poder, sabiendo que no podía hacer nada, logro ver a la chica a un lado de la calle, mirándolo y riéndose de él; Memo alcanzó a gritar... “Mierdaaaaa!!”. Todo se volvió negro.

Pedro escuchó un grito desgarrador al nada más ver salir corriendo a Memo del bar. No le quedó otra más que salir.

Para su sorpresa encontró al mismo grupo de personas que casi no distinguía, rodeando un cuerpo y dentro del grupo a una jovencita que no dejaba de llorar. Apareció la ambulancia y bajaron los bomberos. En la incertidumbre que adornaba el lugar, trato de preguntar a la chica, la cual se alejaba de poco en poco; Pedro insistía,, pero la chica lo evadía a cada momento... Mientras lloraba al ver el cuerpo, miraba a Pedro y y reía con una mueca burlona... Era jovencita de unos diecinueve años, con un traje blanco pegado que destacaba su bien definido cuerpo, ojos azules, piel rosada; prácticamente un imán para cualquier hombre enamoradizo.

Pedro se desconcentró unos momentos al ver venir a las ambulancias y a la fila de bomberos con camilla en mano para ver si podían hacer algo por el fallecido, el cual estaba tendido en el pavimento, con una cara de que su último momento fue de terror y miedo. Pedro al regresar la vista a los curiosos... Ninguno estaba, ni la jovencita.

Al ser el único testigo, ya que nadie estaba en la escena del crimen; tuvo que contarles lo poco que había visto, de la salida de Memo buscando a la dama, la gente que rodeaba el cuerpo, el grito desgarrador y todo eso. Pero que le sorprendía que al momento en que ellos llegaban, todo mundo se iba inmediatamente.

Los bomberos se miraron entre sí, con cara seria y le dijeron a Pedro: “sabemos que usted no tiene nada que ver en esto, mejor váyase o por el estoque a guaro que tiene, lo más seguro es que se lo lleve al policía”. Pedro insistió: “¿Pero que pasa?, ¡díganme!”
El bombero insistió: “mejor váyase y no venga por acá, hay una leyenda rara de una jovencita que atrae a los hombres y al llegar a la esquina se los lleva al más allá”

Pedro dentro de su bolencia. Dijo: “bomberos más pajeros, ni que yo me estuviera inventando las babosadas”. Así que se retiró, tuvo que pasar el amargo momento de informar a familiares y amigos respecto al incidente.

Pasaron los días, Pedro estaba deprimidos por la pérdida de su amigo y meditando sobre las palabras de los bomberos; así que le dijo a un compañero de oficina: “vamos a echarnos un par de tragos por los nueve días del Memo, pero eso sí. Estando en el bar, si ya me miras bolo, me sacas; y si me opongo entonces llamas a al policía, pero no me dejes hacer muladas”

El compañero, medio dudando, le dijo que estaba de acuerdo y que así lo haría.

Al final del día salieron de la la oficina y se dirigieron al bar, ambos estaban sentados en la barra tomándose las respectivas cervezas cuando al pedir que les volvieran a llenar los tarros, la mesera les dice que si iban a querer algo más, ya que ella se tenía que retirar.

Pedro quedo sin aliento al ver que era la jovencita que había visto el día de la muerte de Memo. Aún pudo platicarle si podía hablar con ella antes de que se retirara y ella le dijo que si.

Pedro le dijo a su compañero de oficina: “¿viste que bonita esa chava?”. Y el compañero le dijo que “cuál chava? Que solo había visto al administrador del bar que andaba atendiendo a otros clientes”

En esa discusión estaban, cuando Pedro vió que la jovencita salía del bar vestida con su vestido blanco pegado, lo voltea a ver y se ríe picarezcamente y cierra la puerta y se va.

Pedro le dice a su compañero: “hoy arreglo el misterio de la muerte de Memo”. Y esto se debí a que ni la familia ni en el trabajo, le habían creído la historia que Pedro les contó. Es más, le increpaban a Pedro ya que él no había hecho nada por la vida de Memo, en fin, Pedro fue a solventar el misterio.

Pedro sale tras la chica, logró darle alcance y la toma del hombro para llamar la atención de la jovencita. En eso ella se da vuelta y todo fue confusión, su cara era pálida, sus ojos grises, con un vestido negro como la noche, y una vela en la mano...

Pedro quedo petrificado, al querer salir corriendo sintió pesadez en sus piernas y vió que un grupo de sombras se dirigían hacia él, riéndose y burlándose. Se le erizo toda la piel, no podía gritar, no articulaba ninguna palabra, no había nadie cerca; regresó a donde estaba la jovencita y debajo de su manto negro solo se podía apreciar a un esqueleto tomando una vela blanca en la mano. Pedro quiso gritar, o gritó pero su alma había sido tomada.