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jueves, 7 de abril de 2016

DE VISITA A LA PANCHITA

Hay lugares que a veces o normalmente uno no conoce o si los ha visto ni se ha tomado la molestia de entrar,  pero resulta que son lugares que en el día a día uno los ve o pasa frente a ellos cuando se va a trabajar o hacer alguna diligencia ya que son establecimientos que “quedan en el camino”. Principalmente en las carreteras principales de la ciudad en donde a sea por la calzada San Juan, la calzada Roosevelt, anillo periférico, Calzada Raúl Aguilar Batres entre otras; en las horas pico se ven “atoradas” de vehículos a la hora pico. Bueno, ahora eso es un decir, en estos dorados tiempos a cualquier hora hay tráfico y prácticamente un tráfico impasable, hasta las rutas alternas se encuentran ahogadas de tanto automotor.

En fin, mientras uno va tratando de avanzar ya sea en carro propio, o puro jalón o bien en camioneta o como Dios le dé a uno la oportunidad de trasladarse; se va viendo con más detenimiento lugares que antes uno no le ponía atención; desde talleres, colegios, iglesias, tiendas de conveniencia; hasta bares, restaurantes, cafeterías y otro tipo de entretenimiento a lo largo del camino.

Pues en un día viernes a eso de las dos de la tarde, cuando Vinicio se alistaba para finalizar su jornada laboral, y precisamente en la hora en que la cruda le estaba pasando la factura de la farra que había agarrado la noche anterior; prácticamente había terminado “bruto” de tanto “guaro” que se había metido en el organismo. El sentir pegadas las paredes del estómago, la boca seca y el dolor de cabeza lo estaban volviendo loco y solo agarró sus cosas y directo al carro para ir a buscar donde quitarse el malestar. “Aunque sea una chela bien fría necesito”- Decía Vinicio.

Arrancó el carro y puso el aire acondicionado a toda fuerza para que le refrescara la cara ante ese sol criminal que solo le aceleraba el malestar. Salió de la oficina y tomó rumbo a la calzada Roosevelt, vía que le llevaba directamente a su casa cerca del paso a desnivel de la entrada al municipio de Mixco por ahí en Lomas de Portugal. Le urgía por pasar a una gasolinera y poder comprar un par de cervezas y “disparárselas” de un solo para ya llegar a la casa y dormir un rato; y así lo hizo, en la primer estación de gas que contaba con un minimarket, entró se bajó y compró el “vital” líquido para él en esos momentos y regresó al carro para írsela tomando durante el trayecto.

A la altura del kilómetro dieciséis en donde al seguir recto se llega a el sector de El Encinal o manteniéndose a la izquierda sobre la interamericana continúa el camino hacia Mixco, aunque bien, esa carretera lo lleva a uno hasta la frontera con México. Precisamente en ese punto donde se encuentran estos caminos, hay una gasolinera de las de antaño en donde a unos cincuenta metros, dentro del predio en donde se ubica esta gasolinera, Vinicio vió una casita o rancho hecho a pura madera, las paredes, techo de lámina, una estructura que a primera vista se pensaría que se va a derrumbar al primer viento, pero lo que más llamó la atención es que decía SEVICHERÍA PANCHITA... “un oasis en este desierto” –pensó Vinicio. “Aunque sea acá caigo con un seviche”.

Buscó la entrada y lo hizo a través de la gasolinera, solo por ahí se podía; para luego llegar a una pendiente que precisamente frente al local podría estacionar el vehículo. Un guardia de seguridad cuidaba la entrada a la instalación y no digamos a los comensales; armado con una gran escopeta y una cara de no dejarse intimidar.

Vinicio ingresó al  restaurante, lo único que tenía parejo era el piso, de puro cemento, pero parejo. Lo cual por deducción, eso era una sola torta de asfalto y sobre eso a puros trozos de madera levantaron el local y le metieron mesas unas cuantas sillas y un apartado que hace la función de cocina, y otro apartado en donde se instalaron los sanitarios.

El olor a comida magnífico, encontró cámaras frías de cerveza y fue tocar el cielo; y sin dudarlo y olvidándose de la instalación; se sentó en una silla de una mesa disponible y ordenó una cerveza. Su agrado fue más al ver que acompañando la cerveza le llevaron de “boquita” una escudilla mediana con una sopa de mariscos que le incluía un camarón y un caracol. Luego le ponen a la par un picante hecho a base de chiltepe destripado con cebolla y limón.

“Esto es un manjar para mi estómago”- se dijo Vinicio. Procedió a pedir un seviche de camarón y concha y procedió a dar cuenta de la sopa y de la cerveza.

Para cuando le llevaron el Seviche ya llevaba media docena de cervezas, ya se había quitado la cruda, pero se la estaba colocando de nuevo. Se comió el seviche, pidió otras dos cervezas y procedió a pagar la cuenta.

Llamó al joven que le había atendido para solicitarle la cuenta, le canceló y se retiró. Iba tranquilo, feliz y un poco más. Llegó a su casa y a dormir  el resto del día. El sábado despertó como nuevo.

En las siguientes cuatro semanas ya se había vuelto rutina el de ir cada viernes a esta sevichería, tan así que se hizo amigo del guardia y del dueño; siendo en esa semana que el almuerzo le salió gratis a raíz que el dueño le había invitado. Ya hasta habían quedado en que él iba a llevar a sus amigos para que conocieran el lugar. El menú tenía de todo, caldo de mariscos, caldo de camarones, conchas preparadas, seviche de cualquier marisco, mojarras fritas, en fin; tenían para deleitarse con la comida.

Luego de varios días insistiéndole a sus amigos, porque varios de ellos le decían “que gacho ese lugar”, “ni planta de restaurante tiene esa babosada”, “he comido en mejore bares”, “esa mierda de una escupida se cae”, “ahí solo entran a miar los chuchos y bolos”, entre otras frases que le dejaban ir; pero los logró convencer.

El viernes siguiente salieron los cinco amigos hacia la sevichería, pasaron comprando unas cervezas para írselas tomando en el camino, por el tráfico que había, mejor irse refrescando decían y se compraron un paquetón para el camino.

Iban dentro del carro escuchando música ranchera, cantando y filosofando de la vida. Ese viernes deparaba que sería un interminable fin de semana.

Luego del atrancado tráfico a lo largo de la Roosevelt, divisaron la gasolinera… “al fin llegamos” dijeron al unísono, ya no les quedaban cervezas del paquetón. A Vinicio le pareció que algo raro pasaba; la puerta principal estaba cerrada y el guardia no estaba.
“Puta que mala suerte, hoy no abrieron”- dijo Vinicio a sus amigos. “Te lo dijimos vos bruto, que en mejore bares hemos estado” le dijeron. Salieron los improperios y las burlas por la mala suerte de que estaba cerrado el lugar.

Para no dejar las cosas así, Vinicio se dirigió a los jóvenes que despachaban el gas y ver si existía la esperanza de que ellos supieran si abrirían o no.

Los amigos lo miraban con burla, le gritaban de todo “Pediles a ellos el seviche”… “mejor vámonos a otro lado” “ahora vos nos invitas al otro paquetón”.. y las risas continuaban.

En una de esas los amigos callaron y se asustaron al ver que Vinicio desmayaba durante la conversación con los jóvenes del despacho de gasolina; salieron en auxilio de Vinicio para ver que sucedía.

Vinicio aún con la mirada ida y expresión de terror, los miró a todos y no podía articular palabras. Los amigos le preguntaron al joven de la gasolinera para saber que pasaba y el joven entre risas y tratando de ser serio les dijo:

“Ya se me hacía raro, yo miraba cada viernes venir acá a su amigo pero nosotros no entendíamos que entraba a hacer a la sevichería que hace un año se quemó,  como era de madera, el fuego ardió rápido que mató al dueño y  la gente que atendía adentro, desde ese entonces esa "champa" está abandonada".


Nadie dijo más nada; recogieron a Vinicio y lo llevaron a su casa.

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