Hay lugares que a veces o normalmente uno no
conoce o si los ha visto ni se ha tomado la molestia de entrar, pero resulta que son lugares que en el día a
día uno los ve o pasa frente a ellos cuando se va a trabajar o hacer alguna
diligencia ya que son establecimientos que “quedan en el camino”.
Principalmente en las carreteras principales de la ciudad en donde a sea por la
calzada San Juan, la calzada Roosevelt, anillo periférico, Calzada Raúl Aguilar
Batres entre otras; en las horas pico se ven “atoradas” de vehículos a la hora
pico. Bueno, ahora eso es un decir, en estos dorados tiempos a cualquier hora
hay tráfico y prácticamente un tráfico impasable, hasta las rutas alternas se
encuentran ahogadas de tanto automotor.
En fin, mientras uno va tratando de avanzar ya
sea en carro propio, o puro jalón o bien en camioneta o como Dios le dé a uno
la oportunidad de trasladarse; se va viendo con más detenimiento lugares que
antes uno no le ponía atención; desde talleres, colegios, iglesias, tiendas de
conveniencia; hasta bares, restaurantes, cafeterías y otro tipo de entretenimiento
a lo largo del camino.
Pues en un día viernes a eso de las dos de la
tarde, cuando Vinicio se alistaba para finalizar su jornada laboral, y
precisamente en la hora en que la cruda le estaba pasando la factura de la
farra que había agarrado la noche anterior; prácticamente había terminado “bruto”
de tanto “guaro” que se había metido en el organismo. El sentir pegadas las
paredes del estómago, la boca seca y el dolor de cabeza lo estaban volviendo
loco y solo agarró sus cosas y directo al carro para ir a buscar donde quitarse
el malestar. “Aunque sea una chela bien fría necesito”- Decía Vinicio.
Arrancó el carro y puso el aire acondicionado a
toda fuerza para que le refrescara la cara ante ese sol criminal que solo le
aceleraba el malestar. Salió de la oficina y tomó rumbo a la calzada Roosevelt,
vía que le llevaba directamente a su casa cerca del paso a desnivel de la
entrada al municipio de Mixco por ahí en Lomas de Portugal. Le urgía por pasar
a una gasolinera y poder comprar un par de cervezas y “disparárselas” de un
solo para ya llegar a la casa y dormir un rato; y así lo hizo, en la primer
estación de gas que contaba con un minimarket, entró se bajó y compró el “vital”
líquido para él en esos momentos y regresó al carro para írsela tomando durante
el trayecto.
A la altura del kilómetro dieciséis en donde al
seguir recto se llega a el sector de El Encinal o manteniéndose a la izquierda
sobre la interamericana continúa el camino hacia Mixco, aunque bien, esa
carretera lo lleva a uno hasta la frontera con México. Precisamente en ese
punto donde se encuentran estos caminos, hay una gasolinera de las de antaño en
donde a unos cincuenta metros, dentro del predio en donde se ubica esta
gasolinera, Vinicio vió una casita o rancho hecho a pura madera, las paredes,
techo de lámina, una estructura que a primera vista se pensaría que se va a
derrumbar al primer viento, pero lo que más llamó la atención es que decía
SEVICHERÍA PANCHITA... “un oasis en este desierto” –pensó Vinicio. “Aunque sea
acá caigo con un seviche”.
Buscó la entrada y lo hizo a través de la
gasolinera, solo por ahí se podía; para luego llegar a una pendiente que precisamente
frente al local podría estacionar el vehículo. Un guardia de seguridad cuidaba
la entrada a la instalación y no digamos a los comensales; armado con una gran
escopeta y una cara de no dejarse intimidar.
Vinicio ingresó al restaurante, lo único que tenía parejo era el
piso, de puro cemento, pero parejo. Lo cual por deducción, eso era una sola
torta de asfalto y sobre eso a puros trozos de madera levantaron el local y le
metieron mesas unas cuantas sillas y un apartado que hace la función de cocina,
y otro apartado en donde se instalaron los sanitarios.
El olor a comida magnífico, encontró cámaras
frías de cerveza y fue tocar el cielo; y sin dudarlo y olvidándose de la
instalación; se sentó en una silla de una mesa disponible y ordenó una cerveza.
Su agrado fue más al ver que acompañando la cerveza le llevaron de “boquita”
una escudilla mediana con una sopa de mariscos que le incluía un camarón y un
caracol. Luego le ponen a la par un picante hecho a base de chiltepe destripado
con cebolla y limón.
“Esto es un manjar para mi estómago”- se dijo
Vinicio. Procedió a pedir un seviche de camarón y concha y procedió a dar
cuenta de la sopa y de la cerveza.
Para cuando le llevaron el Seviche ya llevaba
media docena de cervezas, ya se había quitado la cruda, pero se la estaba
colocando de nuevo. Se comió el seviche, pidió otras dos cervezas y procedió a
pagar la cuenta.
Llamó al joven que le había atendido para
solicitarle la cuenta, le canceló y se retiró. Iba tranquilo, feliz y un poco
más. Llegó a su casa y a dormir el resto
del día. El sábado despertó como nuevo.
En las siguientes cuatro semanas ya se había
vuelto rutina el de ir cada viernes a esta sevichería, tan así que se hizo
amigo del guardia y del dueño; siendo en esa semana que el almuerzo le salió
gratis a raíz que el dueño le había invitado. Ya hasta habían quedado en que él
iba a llevar a sus amigos para que conocieran el lugar. El menú tenía de todo,
caldo de mariscos, caldo de camarones, conchas preparadas, seviche de cualquier
marisco, mojarras fritas, en fin; tenían para deleitarse con la comida.
Luego de varios días insistiéndole a sus
amigos, porque varios de ellos le decían “que gacho ese lugar”, “ni planta de
restaurante tiene esa babosada”, “he comido en mejore bares”, “esa mierda de
una escupida se cae”, “ahí solo entran a miar los chuchos y bolos”, entre otras
frases que le dejaban ir; pero los logró convencer.
El viernes siguiente salieron los cinco amigos
hacia la sevichería, pasaron comprando unas cervezas para írselas tomando en el
camino, por el tráfico que había, mejor irse refrescando decían y se compraron
un paquetón para el camino.
Iban dentro del carro escuchando música
ranchera, cantando y filosofando de la vida. Ese viernes deparaba que sería un
interminable fin de semana.
Luego del atrancado tráfico a lo largo de la Roosevelt,
divisaron la gasolinera… “al fin llegamos” dijeron al unísono, ya no les quedaban
cervezas del paquetón. A Vinicio le pareció que algo raro pasaba; la puerta
principal estaba cerrada y el guardia no estaba.
“Puta que mala suerte, hoy no abrieron”- dijo
Vinicio a sus amigos. “Te lo dijimos vos bruto, que en mejore bares hemos
estado” le dijeron. Salieron los improperios y las burlas por la mala suerte de
que estaba cerrado el lugar.
Para no dejar las cosas así, Vinicio se dirigió
a los jóvenes que despachaban el gas y ver si existía la esperanza de que ellos
supieran si abrirían o no.
Los amigos lo miraban con burla, le gritaban de
todo “Pediles a ellos el seviche”… “mejor vámonos a otro lado” “ahora vos nos
invitas al otro paquetón”.. y las risas continuaban.
En una de esas los amigos callaron y se
asustaron al ver que Vinicio desmayaba durante la conversación con los jóvenes
del despacho de gasolina; salieron en auxilio de Vinicio para ver que sucedía.
Vinicio aún con la mirada ida y expresión de
terror, los miró a todos y no podía articular palabras. Los amigos le
preguntaron al joven de la gasolinera para saber que pasaba y el joven entre
risas y tratando de ser serio les dijo:
“Ya se me hacía raro, yo miraba cada viernes
venir acá a su amigo pero nosotros no entendíamos que entraba a hacer a la
sevichería que hace un año se quemó,
como era de madera, el fuego ardió rápido que mató al dueño y la gente que atendía adentro, desde ese entonces esa "champa" está abandonada".
Nadie dijo más nada; recogieron a Vinicio y lo
llevaron a su casa.
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