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miércoles, 2 de octubre de 2013

¿Y mi papá?

Sentados a la mesa del comedor, doña María con su único hijo, nerviosa y desesperada, esperaba una llamada para confirmar si lo que oyó en las noticias es cierto o es una coincidencia o un homónimo.

Don Pedrito, como conocían a un señor trabajador que todas las mañanas realizaba su labor como piloto de un camión de entrega de productos refrigerados en las tiendecitas de colonias y barrios, se esforzaba para poder llegar temprano a su hogar.

Le dedicaba tiempo a su hijo de 8 años, hacían las tareas juntos y jugaban mientras doña María les hacía los frijolitos con crema que tanto le encantan a don Pedrito. Doña María sabía de las extorsiones que le hacían a don Pedrito durante su ruta, situación que ya habían denunciado a las autoridades y que la respuesta era: “Ya estamos dando seguimiento a los responsables; no se preocupe, que los vamos a agarrar”.

Don Pedrito, confiado en la promesa de seguridad, se encomendaba a Dios todos los días al salir de su casa. Antes, le decía a su hijo y esposa: “Los veo más tarde, los amo; mijito, cuidá a tu mamá”. Doña María, temblorosa por los nervios y ansiedad, escucha el “ring” que no quería escuchar.

Presentía que esa llamada le confirmaría la noticia. Don Pedrito fue asesinado. Durante su trayecto no llevaba suficiente dinero; era menos del que le estaban pidiendo y le dieron tres balazos. Otra víctima más de la inseguridad y falsas promesas de erradicar este cáncer de la sociedad, la imperante violencia. Para las autoridades gubernamentales es algo “normal” y dicen que esta disminuye.

Mientras, todos los días siempre hay un niño que se queda sin padre, una doña María que se queda sin esposo, o padres que se quedan sin hijos. Esto no puede seguir, no es aceptable una respuesta tan vacía de las autoridades diciendo: “vamos a dar con los criminales”.

Merecemos una vida digna y segura. La violencia nos tiene de rodillas y las autoridades deben actuar en el inmediato plazo. No es justificable que las familias reciban una llamada en la cual se les indique que su ser querido ha pasado a formar parte de las estadísticas de la violencia en Guatemala.

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