Juancho Lucas, vecino popular en el sector de la zona once de la ciudad, que vivía sobre la avenida Carabanchel y trece calle, en una esquina que durante los años ochenta era un bar de mala muerte conocido como “la canasta”, pero que a partir de los noventas lo dejaron finalmente como una residencia normal, común y corriente.
Ironías de la vida, Juancho debía su popularidad a que era un cliente frecuente de bares de este tipo, y no había santo día que no pasara por lo menos a tomarse una cerveza y disfrutar del espectáculo, y no digamos su fama de conquistador, algunos amigos le decían “tiro loco”, porque decían que con las mujeres, disparaba a lo que se moviera.
La cosa es que en semejante residencia, Juancho vivía con su abuela, la cual estaba rondando los noventa años de edad y sufría de serios quebrantos de salud y Juancho se ocupaba de ella aunque su salario como trabajador independiente no le alcanzaba, ya que cuando generaba algún ingreso, se lo tragaba en bebida y en mujeres. Y peor aún, cuando salía rebotando de ebriedad de los bares, solo llegaba su residencia y caía rendido en el mueble de entrada que tenían como un sofá de recepción de visitas, hasta el día siguiente que despertaba con un martilleo insoportable en la cabeza y un malestar estomacal a causa de la semejante cruda por el exceso de licor del día anterior.
La abuela hasta donde sus posibilidades le daban, trataba de esconder cualquier botella de licor que Juancho tuviera al alcance dentro de la casa, pero a raíz de las dolencias de la abuela, Juancho aprovechaba para esconder botellas en los dormitorios en donde la abuela no tenía acceso, incluso en sus momentos de ebriedad en los cuales escondía las botellas y no se recordaba en donde las había dejado.
Uno de esos días en los que regresaba a su casa, agarrándose de poste en poste, encontró a una señorita a unos cuantos metros de su casa, era casi la media noche y a Juancho se le iluminaron los ojos de la felicidad. La señorita se le acercó cariñosamente y lo ayudó a incorporarse y a caminar esos escasos metros. Le ayudó a ingresar a la casa y Juancho le ofreció quedarse, a lo que ella aceptó pero indicándole que él tenía que cuidar a su abuela ya que había pasado la noche muy mal mientras él andaba de juerga.
Le dijo que debía comprarle su medicina, la cual era muy cara, que ella se había enterado de la enfermedad de la abuela por medio de los comentarios y chismes de los vecinos y esa era la razón por la cual lo estaba esperando. También le dijo que ella conoció a los que vivían en ese lugar en tiempos de que era un bar y en donde ella se enteró que en esos días en que al policía llegaba a investigar el negocio, los dueños habían escondido mucho del dinero que nunca pagaban a sus “empleados” en una falsa columna que se encontraba en el nivel superior de la vivienda. Le dijo que era vecina cercana y que su labor era ayudarle, su nombre Rosa María.
Juancho le dijo a todo que sí, le dio las gracias y trató de besar a Rosa María quien aceptó el gesto y le correspondió; en ese mismo momento Juancho quedó completamente dormido por la misma borrachera que se cargaba encima.
Al día siguiente despertó y dentro de sus malestares de resaca, lograba recordar la cita improvisada del día anterior, de la cual no se creyó nada de lo que Rosa María le contó y mucho más lamentó el no haber podido pasar la noche con la vecina amable.
Pasaron los días y la abuela empeoraba de salud, ya no era la misma, ya no se levantaba de la cama y el medicamento era necesario. Juancho de la frustración e impotencia regresó a la bebida y buscando en sus escondites secretos dentro de la vivienda, encontró una botella que se la tragó casi de un sorbo.
Ya influenciado por los efectos del alcohol, se refrescó su memoria con el evento de Rosa María y se quedó pensando en la columna falsa; Juancho subió al piso superior, lugar que casi no frecuentaba ya que prácticamente desde que se mudaron lo utilizaron para guardar puros cachivaches y ese piso daba la impresión más de un lugar abandonado que una casa de habitación.
Al llegar al piso superior trato de encontrar una falsa columna, y en sus memoria recordó que detrás de una maceta ubicada al fondo del pasillo había escondido una botella, se apresuró para llegar al punto y encontró la botella, estaba presto a empinársela, pero al momento en que iba a tomar el primer trago, logró ver en el techo de la casa un desnivel que estaba fuera de lugar que el resto de la construcción, se acercó y con la botella le pego y el sonido fue de vacío. Rápidamente recordó el cuento que le soltó Rosa María y tomó la maceta y con un fuerte impulso la dejo estrellada contra la columna y la misma se rompió, saliendo de la misma, varios documentos y expedientes. Juancho se acercó, decepcionado ya que solo puros archivos salieron de la misma, se subió en una silla para poder llegar a revisar que más había dentro del agujero que había provocado y Lara su sorpresa había un maletín metálico, el cual lo tomó y sin mucha dificultad lo logró abrir. Para su sorpresa encontró varios fajos de billetes de a cien quetzales, que en su totalidad sumaban cerca de doscientos mil quetzales. “Ya tengo para más guaro y conectarme a más patojas” decía Juancho, olvidándose de la salud de su abuela.
Pudo más la ambición que se puso a revisar los, documentos que habían caído al momento que rompió la columna y los leyó detenidamente, ya que hablaban de órdenes judiciales de demanda y de captura a los dueños por trata de personas y por muertes de las mismas a causas de no brindarles tratamiento de salud cuando estas enfermaban.
Siguió revisando los archivos uno por uno y eran los expedientes de cada una de las víctimas de los anteriores dueños del domicilio. Sus ojos se abrieron, sintió taquicardia, se le aguardaron las piernas; uno de los archivos, al leer la información, aparecía que hace más de diez años, Rosa María Barren Campo había fallecido a causa de una sobredosis proporcionada por los dueños del negocio, y más le puso los pelos de punta al ver las fotografías de Rosa María, la misma señorita que le dio la instrucción de buscar el dinero.
Desde ese día Juancho dejó la bebida y su obsesión por vivir de bar en bar, así como su obsesión de conquistador. Se cambió de casa y se dedicó a cuidar a su abuela durante sus últimos días, sin contar a nadie esta experiencia.
@rhcastaneda
jajaja, Juancho... el Lagarto Juancho.
ResponderEliminarYa mero que yo también voy a agarrar esos caminos, porque por lo visto le fue bien por andar de bolo y mujeriego.