Pues como decían las abuelitas, quienes luego de las borracheras que se metían los hijos de sus hijos, eran las que primero regañaban, pero las que salían al auxilio al día siguiente; inventándose los menjurges necesarios para aliviar el malestar crónico del necesitado.
No está de más aclarar que a estos síntomas post-ingestión de licor, se denomina comúnmente por la población como... GOMA.
“A la mierda los efervescentes”- decía Martín. El atol blanco o el caldito de huevos que le hacía su abuela era el elixir de la vida, con el cual, luego de tomar la dosis respectiva de dignas recetas llenas de sabiduría por parte de su abuela, procedía a dispararse la primer cervecita del día.
Lo más crítico era los fines de semana, cuando Martín se iba de farra jueves, viernes, sábado y domingo por la mañana. Todos los días, bueno... Todas las madrugadas, a eso de las tres de la mañana, Martín regresaba prácticamente rebotando de pared en pared cuando entraba a la casa en un estado etílico que según su abuela, era un récord mundial, por todo lo que Martín se metía de alcohol en el organismo.
Nunca se explicaba la abuela de Martín, de cómo le hacía para llegar en ese estado a la casa luego de conducir su vehículo las distancias que recorría en esas noches de farra, en donde se iba a la Antigua Guatemala (a cuarenta kilómetros de la cuidad capital), o bien se iba al lugar de moda Cayalá en la zona 16, o cuando le agarraba la sed cervecera, se metía en el primer antro que encontraba. “Ahora en estos años luego del dos mil, se encuentran lugares por montón”-decían los jóvenes.
La abuela desesperada le increpaba..”dejá el guaro... De bolo murió tu abuelo antes que nacieras. Ese carbón vivía zampado en esos bares de la sexta avenida y siempre venía azurumbado sin saber cómo le hacía para llegar, hasta que un día al pobre, de bolo, frente al parque central lo atropellaron. Yo digo que el cadejo se lo ganó, aunque ese chucho dicen que cuida a los bolos. O a lo mejor la siguanaba se lo llevó por andarse cantineando a patojas el viejo verde.” Recordando así la abuela, lo sufrido con su marido, que en paz descansara; con quien, por lo visto había pasado temporadas de cuidar bolos.
Martín hacía caso omiso a las historias, aventuras y desmanes que le contaban de su abuelo, ya que decía que se lo decían para que el dejara la bebida. Además que nunca conoció al “famoso” abuelo, ya que este pobre murió un mes antes que naciera Martín.
Martín era trabajador. Contaba con estudios de maestría y un puesto importante en una institución privada que se dedicaba a dar servicios de estudios de mercado. A sus veinticinco años, ganaba muy bien, era soltero (pero con novia, María; fiel acompañante)y un gran futuro por delante. Pero el dinero lo hizo perder el norte con vivir metido en parrandas, borrachera tras borrachera.
Tanta parranda le pasó la factura. Durante los últimos meses, la abuela se enteró que Martín había cambiado sus puestos de actividad, estableciéndose en los bares del Portal Del Comercio, en el mero centro de la ciudad, con nuevas amistades. Lo bueno decía María, es que estas nuevas amistades lo aconsejaban y cuidaban para que Martín no se metiera esas semejantes borracheras que ya estaban acostumbrados a ver. Pero aún así, Martín seguía o incrementaba el consumo.
Ya la abuela no le quedaba más que resignarse y esperar que un día llegarán a darle la noticia de que Martín lo habían encontrado tirado en algún lugar, ya sea muerto por bolo o accidentado.
Eso nunca pasó, y luego de seis meses, la abuela de Martín se fue con unas primas al departamento de Quetzaltenango. Con la preocupación de Martín, pero la abuela decía: “hierba mala nunca muere”. Esto adicional que estos nuevos amigos, cuidaban y trataban de que Martín no cometiera imprudencias.
Ese fin de semana, que Martín se sentía liberado de la presión de su abuela, agarró una farra de aquellas buenas, bebió hasta no más. María solo se dedicó a ser simple espectadora ante semejante espectáculo. Los amigos hacían lo imposible para tratar de llevarse a Martín de los antros, en fin; Martín andaba desatado.
Uno de sus amigos Eduardo, logró convencerle de irse. Le decía que su abuela no estaba, y que ella seguro estaría preocupada ante el comportamiento que Martín estuviera llevando a cabo.
Lograron sacar a Martín de los antros del Portal Del Comercio y lo llevaron a su casa. Eduardo le dijo a María que al día siguiente llegaría a ver cómo le amanecía el hígado luego de la borrachera que se había pegado.
Y así fue, María por un inconveniente en su trabajo no podía llegar a ver a Martín, pero quedo mucho más tranquila al saber que Eduardo estaría visitando a Martín.
Para sorpresa de Eduardo, al llegar a casa de Martín, él le abrió la puerta con un gesto demacrado y terrible. La goma lo estaba matando. Lo único que logró articular Martín fue: “La goma me tiene abrazando el inodoro”
Eduardo rió y le dijo: “lo mismo me pasaba en mis épocas de farra, lujuria y desenfreno”. Precisamente, según contaba Eduardo a Martín y María, el tuvo épocas difíciles con el alcohol pero que había logrado regenerarse y ahora trataba de ayudar a los que estuvieran pasando por esas crisis.
Eduardo estaba preocupado, ya que luego de llevarle bebidas hidratantes, prepararle bebidas calientes o “pociones” a base de jugo de tomate, Chile y cerveza; no lograban restaurar el estado de Martín.
En una de esas vomitadas, el flujo llegó a los pulmones de Martín, creándole así un paro respiratorio que lo dejo tendido, solo y prácticamente.... Muerto.
Eduardo rápidamente salió de la residencia y tomó rumbo desconocido.
María al salir del trabajo, al no tener noticias de Martín, salió rumbo a su casa. La abuelita le había dejado copia de una llave, para que pudiera entrar. La sorpresa fue terrible, al encontrar el cuerpo de Martín, tirado a la entrada del baño, envuelto en trapos vomitados, pálido y sin respiración. Confirmando así, que Martín había fallecido.
María llamó a todos los que pudo. Algunos fueron contactados, la abuela recién acababa de entrar de Quetzaltenango, consternada y despedazada por el final de su nieto, muy similar al de su amado Guayo.
La abuela, seguía contando y comparando la historia de su amado Guayo y la de su nieto. Tuvo el valor de ir a sacar un álbum de fotografías que tenía guardado en el closet, para enseñarle a Maria y algunos amigos fotografías de Martín desde niño.
Aprovechando que todos estaban poniendo atención y comentando anécdotas y vivencias, la abuela emocionada siguió buscando fotografías y enseñando de todos los ángulos y escenas. Cuando una de ellas llamó la atención de María, parecía algo vieja la imagen pero no pudo contener la curiosidad y dijo...”Eduardo ¡!!”
“Si.. “ le respondió la abuela tranquilamente. “Esa fotografía es de cuando estudiábamos en la universidad con mi Eduardo, mi Guayito”
María guardó silencio y ya no quiso opinar, pero algo si era seguro es que el Eduardo que ella conoció en esas noches de parranda, era el abuelo de Martín que lo estaba cuidando y esperando en el más allá.
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