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Todos los días por las mañanas, preparándose para salir a trabajar, preparaba sus visitas, la ruta a recorrer; configuraba su tablet (ahora accesorio de suma utilidad portátil en estos tiempos en donde la tecnología ha invadido Hogares, trabajos y todo estilo de vida de las personas), así también preparaba sus tarjetas de presentación y otros documentos en los cuales se plasmaba la firma al momento de cerrar la negociación de los servicios que Roberto ofrecía día a día, siendo estos los temibles y aves de mal agüero servicios funerarios.
Roberto ya estaba acostumbrado a que la gente le ignorara cuando ofrecía los servicios, era algo normal para el; siempre se decía: “siempre los necesitaremos algún día entonces los que no me atendieron hoy, regresaran mañana”. Y esa era su frase de auto-motivación para salir todos los días a la calle, a buscar clientes potenciales.
Por la misma profesión, hasta las mujeres le huían, ya que le tachaban de ser de mala suerte si alguna mujer se animaba a ser pareja de Roberto. De igual forma, para él, no era un asunto que le preocupara, también decía: “Siempre hay un roto para un descosido” y no perdió las esperanzas de algún día encontrar su media naranja. Él vivía solo, y su necesidad de tener compañía incrementaba día a día.
Para conseguir clientes no buscaba nuevas rutas o ciudades, siempre tenía la confianza de encontrar gente nueva en la calle que siempre frecuentaba, bulevar Los Próceres. Todos los días encontraba, cabalmente; clientes nuevos, de treinta que encontraba cada día, con suerte uno era con el que cerraba negocio a la semana.
Almacenes, restaurantes, farmacias; ejecutivos, profesionales, desempleados. De todo encontraba. Ese día decidió entrar a una venta de vehículos que le habían referido, precisamente pudo contactar a varias personas y aún así le faltó entrevistar a otros trabajadores y acordó llegar al día siguiente. En ese primer día logró cerrar los negocios de un mes y por supuesto que estaba entusiasmado.
Al día siguiente regresó y retomó el contacto con otros trabajadores, uno de ellos, una dama impecable, de unos treinta años de edad, la cual Roberto no sólo logró cerrar el negocio con ella, sino quedo también hipnotizado por la profunda mirada de sus ojos de mirada profunda, por respeto y ética no decidió empezar el cortejo. El continuó su rutina, sin quitar de su mente a esta dama que lo cautivó. Finalizó el día y había logrado cerrar más negocios. “Ayudé a mucha gente el día de hoy” decía a sí mismo.
Al llegar a las oficinas de su trabajo para registrar los negocios, pudo percatarse que el formulario de la dama impecable, de la cual se había quedado impactado y de la cual se dijo “es mi media naranja”, no llevaba la firma de ella. Roberto se recriminó “Bruto que soy, por estar mirándola puro lelo, se me fue pedirle la firma”. Pero luego recapacitó y lo vio como una oportunidad de regresar a visitarle.
Al día siguiente fue lo primero que hizo. Luego de vestirse con sus mejores galas, afeitarse, bañarse en loción y bien peinado, salió directo al local de la venta de carros.
Nervioso y sin encontrar las palabras de cómo iba a platicarle, de repente en el bus público en el que se transportaba, la vio a unos cinco asientos. El corazón le rebotaba y la piel se le erizaba; era ella, su pelo largo, su atuendo ejecutivo de pantalones negros, saco negro y zapatos de tacón alto. Él, embobado, en lugar de ir a hablarle, se quedó embebido apreciándola, mientras en su mente volaban mil imágenes de poder estar junto a ella, se miraba tomado de la mano de ella caminando por las calles, en fin; sueños que ni él estaba seguro que podría concretar, y menos si él no se animaba a hablarle.
Al llegar a la parada, Roberto bajó y la siguió para darle alcance en la entrada de la venta de vehículos, tomó la decisión y le habló, con las palabras trabadas por el nerviosismo. La dama le sonrió y le dijo: “Tranquilo, no como personas” y con esta frase y la sonrisa, Roberto cayó rendido ante esa enigmática mujer.
Luego de dos horas de agradable charla, en donde se les fue el tiempo volando, Roberto cerró el negocio de dos contratos funerarios y cerró también una cita con ella para el viernes de esa semana, coincidiendo precisamente con el día de formalización de los papeles. Siendo así que la dama le dijo que le llevará los papeles a su casa cuando la fuera a traer para su primera cita.
Roberto cayó en un enamoramiento terrible, estaba cautivado esperando los días y las hay horas para la cita. Y el día llegó. Vestido con sus mejores galas se dirigió a la casa de su enamorada “llegó el momento de hacer mi vida” se dijo.
Al llegar a la dirección proporcionada y tocar el timbre, le atendió una señora que curiosamente escuchaba a Roberto respecto a la forma de expresarse de su querida dama, su enamorada. Esta señora le dijo que era la mamá de Diana, este era el nombre de su enamorada.
La mama de Diana esperó a que Roberto terminara de hablar y la señora le dijo que Diana no estaba, pero que necesitaba ver los papeles del contrato funerario que habían firmado.
La señora aún sin salir del asombro al ver la firma de su hija en el contrato, le pidió a Roberto que pusiera atención y que se tranquilizara ya que Diana llevaba un mes en el hospital en estado de coma por un balazo que recibió en un asalto de camioneta cuando estaba por llegar al trabajo, y precisamente en esa tarde en que Roberto tenía la supuesta cita, Diana había fallecido.
Roberto no daba crédito, enloqueció y salió corriendo de la casa, atormentado y asustado, cruzó la calle y súbitamente un vehículo que venía a alta velocidad le impacta fuertemente, el cuerpo por los aires, y al caer, la cabeza impacta en el asfalto. Roberto murió en el instante.
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